“El 26 de julio de 2010 llegué a Venezuela. El canal me hizo un ofrecimiento. Llevaba ocho años como corresponsal de deportes y de noticias generales en Cali. Lo vi como una oportunidad en lo profesional y en lo personal”.
La periodista caleña Carmen Andrea Rengifo tenía 31 años cuando aterrizó en suelo socialista por primera vez, y de inmediato arrancó en su nuevo cargo como corresponsal para televisión de Colombia en Caracas. En ese momento, el presidente del país vecino, Hugo Chávez, llevaba más de una década en el poder y, recientemente, había roto relaciones diplomáticas con Colombia.
“El acceso a la fuente oficial no existía. No podía entrevistar a ningún representante del gobierno, ni siquiera al comandante de policía de un pueblo. Porque la orden era declarar exclusivamente ante medios oficiales. Así que, si necesitaba documentarme, tenía que ver las transmisiones, por ejemplo, de VTV o Venezolana de Televisión, que es el canal del Estado.
La caleña se preocupó al percatarse de que en ese país los periodistas que no estaban con el régimen empezaban a verse como enemigos.
El 5 de marzo de 2013, a las 4:25 de la tarde, Carmen Andrea veía por televisión cómo el entonces vicepresidente de Venezuela Nicolás Maduro anunciaba, con voz quebrada, la muerte del ‘mandamás’ Hugo Chávez Frías, a sus cincuenta y ocho años.
Horas después se desplazó al Hospital Militar Dr. Carlos Arvelo, donde permanecía el cuerpo sin vida del fundador del Partido Socialista Unido de Venezuela.
Quieta, que la van a matar
“Había una multitud afuera. Yo llevaba el micrófono guardado en mi bolso y Samuel (su camarógrafo), la cámara encendida, que es aparatosa. Saqué el micrófono y empecé a entrevistar a la gente, pero, un tipo comenzó a decir a los demás que no nos hablaran, que estábamos ahí para burlarnos del comandante Chávez. De un momento a otro, la masa nos rodeó y empezó un murmullo. Luego un grito llevó al otro y de repente, eran todos contra nosotros. Ya ni se entendía lo que decían. Al camarógrafo y a mí nos separaron abruptamente y cuando menos pensé, un hombre con camiseta roja (alusiva al chavismo) me cubrió con su cuerpo a un costado de la calle y me dijo: ‘Quieta, que la van a matar’”.
Como pudo se soltó. Caminó entre la gente y vio que venían a atacarla de nuevo. “Creí que me caía sudor por la cara y al pasarme la mano, descubrí que era sangre. No supe cuándo me hirieron. Buscaba al camarógrafo. Estaba estallada por una luz que me daba a la cara, pero no sabía que era él, que no dejó de grabar ni en dos ocasiones en que la muchedumbre lo tiró al piso para golpearlo”.
Se oyeron disparos y todos se dispersaron. Después, se enteró de que era la Policía dando tiros al aire. “Me acerqué a un guardia militar. Le pedí ayuda llorando, pero no me respondió. Parecía una estatua”.
“Por ahí había un par de individuos montados en unas motos grandes, parecían escoltas de algún funcionario público. Le pedí a uno que me trasladara a las oficinas del canal aliado que teníamos en Caracas, pero él se negó. De todas maneras me monté, lo abracé duro y llorando, le rogué: “¡Sáqueme de aquí!” Samuel se subió a otra moto. En el camino, había motos por todos lados. Esa noche era un duelo colectivo por la muerte de Chávez, pero también una fiesta para algunos.
Carmen Andrea escondía su cara en la chaqueta del hombre que la llevaba. Tenía miedo. Sentía los perseguían durante todo el camino. “Estaba muy alterada; hasta que llegué a mi destino caminando, donde lo primero que hice fue tirarme en el piso a llorar. Fue un verdadero milagro que lograra escapar de ahí”.