Apenas 48 horas después del incendio que dejó al borde de la destrucción a la parisiense catedral de Notre Dame, algunos de sus muros siguen inestables, mientras el país entero, bajo impulso del presidente francés, Emmanuel Macron, piensa ya en la reconstrucción.

El bullicio en los alrededores de la iglesia, totalmente acordonada, contrasta con la minuciosidad con la que un grupo de especialistas se obstinan en apuntalar los puntos más sensibles.

El principal foco de atención está en el frontispicio norte del transepto, que, privado de la sujeción del entramado de vigas que sustentaba la cubierta, ha quedado a merced de las inclemencias del clima, según el portavoz de los bomberos, Gabriel Plus.

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Aunque la jornada fue soleada, sin apenas viento, urge apuntalar ese enorme triángulo de piedra que, de caer hacia el interior puede provocar enormes daños en la catedral.

Si lo hace hacia el exterior, las afectadas serían las viviendas vecinas del barrio de la Isla de la Ciudad, separadas del templo por una estrecha callejuela.

Parte de ese frontispicio y algunas estatuas de su ornamento será retirados para garantizar su estabilidad, mientras que los edificios amenazados siguen evacuados como medida de precaución.

Unos 70 bomberos continúan desplegados en la catedral en esta fase de vigilancia, en la que expertos ya han comenzado a evaluar los daños y, sobre todo, cuáles son los riesgos de que haya un derrumbamiento o de que el fuego rebrote en algún sitio.

Todo eso está retrasando las labores de evaluación de los daños sufridos en el patrimonio artístico que sigue dentro del templo, cuyo acceso está muy restringido por el peligro de desprendimientos.

En paralelo, avanza la investigación judicial abierta para determinar las causas de la catástrofe, aunque por el momento no hay cambios en las primeras hipótesis avanzadas que apuntan a un origen accidental del fuego ligado a las obras de restauración.

Las llamas que devoraron parte de Notre Dame han conmocionado al país y han despertado una oleada de solidaridad, no solo entre los grandes empresarios, que parecen rivalizar en anunciar la donación más sustanciosa, sino también entre particulares.

Organizar ese flujo para que contribuya al objetivo marcado por Macron de reconstruir la catedral en cinco años fue el objeto del Consejo de Ministros reunido por el presidente con el futuro del templo como único punto en el orden del día.

Del mismo salió un proyecto de ley que organice las donaciones, que se beneficiarán de mayores exenciones fiscales y que se canalizarán de forma que "cada euro pagado para la reconstrucción sirva para eso y no para otra cosa", en palabras del primer ministro francés, Edouard Philippe.

En total, se han recolectado ya unos 850 millones de euros, la mitad de ellos procedentes de los bolsillos de las tres principales fortunas del país, lo que ha generado una polémica sobre los eventuales motivos ocultos por los que lo hacen.

François-Henri Pinault, dueño del gigante del lujo Kering, trató de atajarla al asegurar que renunciarán a esos beneficios impositivos por la donación de 100 millones de euros anunciada.

Con el dinero recaudado, el Gobierno francés quiere que la catedral recupere su esplendor antes de los Juegos Olímpicos que París acogerá en 2024.

Para ello, lanzarán un concurso internacional de arquitectura para la reconstrucción de la aguja, con el debate de fondo de si hay que imitar la que se derrumbó, obra del restaurador Viollet-Le-Duc en el siglo XIX, o afrontar una creación original con las técnicas del siglo XXI.

Una oleada de solidaridad sin precedentes, un Consejo de Ministros dedicado a la materia y toda una administración pendiente de la reconstrucción de la catedral muestran la emoción que la catástrofe ha provocado en el país.

En vísperas de la Semana Santa, los católicos rindieron homenaje a su templo herido haciendo tocar las campañas de todas las catedrales del país a las 18.50 hora local (16.50 GMT), la misma a la que se declaró el incendio el pasado lunes.