Ejércitos privados, milicias que no tienen ley, libran la guerra de EE. UU. en Afganistán. Exmilitares colombianos hacen parte de esos grupos de mercenarios. Testimonio.

Saldrá hacia Afganistán. A sus 25 años. Luego de haber sido un suboficial del Ejército de Colombia y dirigir varios pelotones en el Cauca. Bajo de estatura, la espalda ancha y el rostro redondo y fuerte y blanco. Graduado en el 2006 como suboficial de un Ejército al que llegó impulsado por la pobreza. Será miembro de una milicia privada que presta servicios al gobierno estadounidense en el Medio Oriente. Llegará a ser parte de una guerra que no es suya pero que, dice, le dará una mejor vida que la guerra de su país. “Gano el doble de aquí, y me arriesgo menos”, dice.El soldadoEl 2 de marzo del 2007, siendo cabo primero en Popayán, fue enviado con su grupo de soldados a López de Micay, en el Cauca, cerca de la desembocadura del río Micay. La orden era permanecer durante ocho días en el lugar y determinar si había presencia guerrillera. No hallaron nada. Al octavo día regresaron a través del río. Iba en la última lancha, en silencio, oyendo no más que el ruido del motor y el suave oleaje de las ondas. Luego, las balas: un grupo de guerrilleros disparaban sobre la lancha.Los soldados se lanzaron al río procurando no perder los fusiles ni las armas, procurando nadar hasta la margen contraria al ataque. Al llegar a la orilla se escondieron en los arbustos: mantenían los ojos quietos, sin ver, apenas experimentando la soledad rotunda de la muerte cercana. Oyeron gritos, otros disparos. Acaso fue media hora antes de que volviera el silencio. Luego supo que cuatro de sus soldados habían muerto, entre ellos, su mejor compañero.Dos cuerpos habían sido arrastrados por la corriente. Los otros dos yacían en medio de los soldados. Cada uno de esos hombres observó el montículo ya insensible y manchado de sangre y tierra. Él se había graduado meses antes de la escuela de suboficiales. Ahora la experiencia aturdidora de la muerte se había desbocado sobre él modificándolo de un solo golpe para siempre: durante la semana siguiente no pudo dormir, llorando y vomitando en las noches llenas de la imagen de sus soldados muertos. Era un llanto de miedo, de incomprensión, de verse solo y amenazado en el silencio de esa selva. Desde ese día ya no fue más el jovencito que había tocado la trompeta en la banda de músicos de su pueblo, en Antioquia; ya no fue más ese muchacho que jugaba como delantero en el equipo de su barrio y que quiso jugar fútbol durante toda su vida, ni el niño que vendía las albóndigas y las papas guisadas que su mamá preparaba; ese día supo que era parte de una guerra; recibió, sin pedirlo, la violenta herencia que este país le entrega a sus hijos: no fue el día de su graduación como suboficial del Ejército ni el día en que disparó por primera vez ni lo fueron los duros días de entrenamiento en la base, cuando debió permanecer hasta 48 horas sin dormir. Fue ese día, en el río Micay, pensando en los hombres con los que había vivido meses antes y de los que no quedaban sino sus cuerpos como objetos. Ese día comprendió que era un soldado.Luego todo se precipitó. Poco a poco el dolor y el miedo fueron rezagándose y se acostrumbró a los enfrentamientos, a los atentados. Adentro de él se formó la completa convicción de que los guerrilleros eran sus enemigos. No era una idea, era más bien la manifestación de un instinto. Llegó a aquella guerra por pobreza, por escasez de alternativas y odiaba a los guerrilleros por no tener otra elección. Dos años después de la vida en el Cauca, en 2009, tuvo que salir hacia el Golfo de Urabá. Su comandante le dijo: “Soldado, haga el curso de antiexplosivos y váyase a la zona”. Él respondió que no quería eso. “Entonces no lo haga, pero se va para la zona”, le contestó.Allá llegó a desactivar hasta 24 minas en una jornada, mientras veía a los soldados o a los campesinos sin piernas, sin brazos, sordos o ciegos. “Mire, yo llegué a ver por ahí unos cien soldados desmembrados y yo no quería eso”. Así que cuatro meses después fue hasta donde su comandante y dijo: “Señor, me retiro del Ejército”. Su comandante lo miró por un momento. “¿Por qué se retira, soldado?”. “Porque yo quiero casarme y tener esposa e hijos y a uno sin piernas no lo quiere nadie, señor”, respondió. Y aquello era cierto, como era cierto que estaba harto de esa vida azarosa y del bajo salario. La ‘Blackwater’En 1998, el exoficial de la Armada de EE. UU., Erik Prince, fundó la compañía militar ‘Blackwater’, una especie de milicia privada dedicada la ejecución de operaciones especiales de ese país en Medio Oriente.Según Prince, su milicia privada haría por su país lo que la FeDex hizo por el servicio postal estadounidense: “ofrecer soluciones más rápidas a un aparato estatal lento y burocrático”. Inicialmente, la ‘Blackwater’ fue compuesta por 900 soldados estadounidenses cuyo objetivo era servir a los intereses militares de EE. UU. en Medio Oriente evitándole el respeto por las normas internacionales que rigen los conflictos en todo el mundo. El politólogo italiano Dario Azellini explica que las milicias privadas como la ‘Blackwater’ sirven a los países que las contratan para evitar las bajas del Ejército oficial y para eximirlos de cualquier dificultad legal en sus operaciones. Una milicia privada no es un ejército regular, por tanto, aclara Azellini, no está regida por las normas del Derecho Internacional Humanitario. Se trata de mercenarios, de un grupo de hombres dispuestos a realizar el trabajo sucio de cualquier Gobierno sin que ello implique ningún lío jurídico para nadie. Luego del 9/11, el negocio de las milicias privadas se hizo tan lucrativo que la ‘Blackwater’ llegó a firmar contratos con el Gobierno estadounidense por más de 1.600 millones de dólares para la defensa sus intereses en países de Medio Oriente. Entre ese año y el 2012, la ‘Blackwater’ pasó de tener 900 hombres a 20.000, además de adquirir una base de aviación propia con 20 aviones. En su libro ‘Blackwater, the rise of the world’s most powerful mercenary army’ el periodista estadounidense Jeremy Scahill escribió: “La Blackwater tiene el poder de desestabilizar cualquier gobierno del mundo”. Según algunos diarios norteamericanos, entre los que se cuentan The New York Times y The Washington Post, mercenarios de la Blackwater fueron responsables de varios asesinatos de civiles inocentes en Iraq y ejecutaron homicidios selectivos concertados con la C.I.A. El principal caso tuvo lugar el 16 de septiembre de 2007 cuando mercenarios que acompañaban un grupo diplomático en Bagdad dispararon contra varios civiles, entre los que se encontraban mujeres y niños, y asesinaron a 17 personas. El escándalo en los medios hizo que Erick Prince renunciara a la dirección de los mercenarios y la Blackwater, que desapareció por unos meses reapareció con el nombre de Xe – Services. *** En 2010, el Presidente de EE.UU., Barack Obama, firmó un contrato billonario con la Xe – Services para prestar seguridad a los diplomáticos y los consulados de EE.UU. en ese país. Para cumplir con el contrato, que le fue adjudicado entre otras dos milicias privadas por ofrecer el precio más bajo, la Xe–Services empezó a contratar soldados de países del tercer mundo a quienes pudiera pagar salarios inferiores a los de soldados norteamericanos. En Bogotá existen dos empresas dedicadas a ese tipo de reclutamiento. Thor Colombia y Futuro Global. La primera recluta a exmilitares para ser contratados en Afganistán, la segunda, para los Emiratos Árabes.El reclutamiento, según la ley colombiana, no es ilegal. El país no hace parte del grupo de los 32 Estados firmantes de la Convención de Naciones Unidas contra el reclutamiento, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios, por lo tanto, el reclutamiento y entrenamiento de mercenarios no lo castigan ni los organismos internacionales ni las leyes propias en Colombia. No se tiene una cifra exacta del número de militares colombianos que están al servicio de Xe – Services en medio oriente. Según uno de los colombianos que trabaja para la compañía en Kabul, se trata de al menos 200. *** En 2010, cuando se retiró del Ejército, el hombre que da inicio a esta historia sabía que deseaba ser un mercenario de la Xe-Services. Varios de sus excompañeros estaban en Iraq o en los Emiratos Árabes, con un salario que llegaba a triplicar su pago en Colombia como suboficial del Ejército. Al presentarse en la oficina de la milicia en Bogotá, la compañía, junto al FBI, inició una minuciosa indagación de su vida durante los diez años anteriores. En caso de encontrar el más mínimo antecedente judicial o de indisciplina, habría quedado descalificado. Luego de esa primera prueba, realizó una serie de exámenes físicos y psicológicos. Hay una prueba de fuerza y otra de resistencia física que consiste en correr dos millas en menos de doce minutos.Siguió una prueba de manipulación de armas de corto y largo alcance y tiro al blanco y, para terminar, realizó un test de idioma inglés vía telefónica. Tuvo que estudiar durante más de cinco meses para pasar la última prueba. Nunca fue bueno en el inglés, nunca le gustó, nunca creyó que pudiera servirle para algo. Una vez los aspirantes han superado estas pruebas, viajan hacia los EE.UU. para realizar otra serie de exámenes en el Campo de Entrenamiento de Moyock, en Carolina del Norte. Allí reciben una instrucción en manejo de armamento y precisión en tiro. La prueba final consiste en usar una ametralladora contra varias siluetas y acertar al menos tres disparos en el blanco. Quienes superen todas las pruebas salen hacia Afganistán, en donde son conducidos a la base militar de la Xe-Services llamada 'Camp Integrity', cerca al aeropuerto internacional de Kabul, un complejo militar de 390,000 metros cuadrados, un área equivalente al espacio que ocuparían 20 estadios de fútbol. Allí, cada nuevo mercenario es dotado de varios camuflados originales de la Xe-Services, botas, gafas de sol, un fusil M–4 última generación y una Pistola Glock 9 m.m., además de un chaleco antibalas cargado con granadas, bengalas y proveedores.‘Inside’ AfganistánPartirá hacia Afganistán. Un amigo suyo, compañero militar cuando fueron suboficiales en el Cauca y que está hace seis meses en Medio Oriente, le dice que todos los días hay intentos de ataques. “Todos los días tenés que disparar, tenés que golpear a cualquiera. No podés confiar en nadie. Cualquiera, una mujer, un niño, es una bomba en potencia”. Su amigo le explica que tendrá que cubrir turnos de vigilancia de doce horas y prestar servicios como guardaespalda a los diplomáticos. Vivirá en ‘Camp Integrity’, en donde tendrá un día de descanso cada semana. Allí podrá comprar un café de Starbuck’s, o una hamburguesa o un helado y tendrá acceso a internet, además de un gimnasio y una cancha de fútbol y baloncesto. El campo ha sido diseñado como un remoto espacio de la vida norteamericana en Kabul, hay desde tiendas de ropa hasta puestos de revistas pornográficas. Allí descansará luego de las jornadas de vigilancia, cuando patrulle ese país que para él se dibuja como un inmenso desierto rodeado de niños y mujeres andrajosas.No tiene en su memoria un solo muerto por su propia mano mientras fue militar en Colombia. “Puede que sí o puede que no. Cuando uno está en combates dispara y ya y uno no sabe si le dio a alguno. Que yo sepa, no he matado a nadie”. Pero sabe que en Afganistán tendrá que matar. Si cualquier persona sospechosa se acerca demasiado al consulado estadounidense en Kabul, tendrá que disparar. “Todos eso manes son unos bandidos, todos esos talibanes están locos y no les importa matarse ellos mismos con tal de matarlo a uno”, dice. El contrato que ha firmado es durante seis meses, en los que se incluye uno de vacaciones totalmente pagas, con un salario de 2,800 dólares. Esa cifra es hasta tres veces inferior al salario de un mercenario estadounidense, pero duplica su salario como suboficial en Colombia. Sabe que en caso de que muera su familia será informada del hecho pero su cuerpo nunca será repatriado. Desde el comienzo de la invasión en 2001, hasta junio de 2013, en Afganistán han muerto 2,243 militares estadounidense y han sido heridos más de 17.000. Pero él ignora esas cifras.Antes de iniciar su patrullaje en ese país, hará el juramento militar a la bandera estadounidense, a esa bandera que no es suya, para luego estar en esa guerra que no es suya, que no comprende, y defender los intereses de un país que defiende los intereses de su propia industria. Estará allá, llevando consigo la misma paradoja de ese hombre que se graduó como suboficial del Ejército colombiano sin saber nada de la guerra que libraría, odiando a los guerrilleros por puro instinto, por miedo de morir. Allá, odiará a esos que él llama los talibanes y que para él son no más que un "grupo de locos". Estará allá, hablando la lengua de un mundo que ha hecho de la guerra un negocio y que le dio a él, un provinciano de 25 años, un lugar en sus ganancias.