Probablemente, la única certeza en relación con América Latina que podemos dar por descontada en estos primeros días, tras el triunfo de Donald Trump en EE.UU., es que mantendrá una excelente relación con su par argentino, Javier Milei, quien hace gala de su sintonía ideológica con el próximo inquilino de la Casa Blanca, al punto que hizo suyo, pero adaptado a su país, el lema de Make America Great Again y prepara un encuentro con él en su residencia de Florida, antes de que asuma la batuta en Washington.
Respecto a los demás gobiernos de la región, reina aún gran incertidumbre, aunque cabe esperar que las relaciones no se desarrollen en el mejor de los climas, especialmente con los países de mayor peso gobernados por presidentes situados en el espectro de la izquierda, como es Claudia Sheimbaum, en México; Lula da Silva, en Brasil; Gabriel Boric, en Chile; y Gustavo Petro, de Colombia, cada uno de ellos con sus propios asuntos pendientes respecto a la gran potencia del Norte.
Sin embargo, es Nicolás Maduro el único entre los mandatarios latinoamericanos antes mencionados que ya era presidente en el cuatrienio en el que Trump gobernó entre 2017 y 2021.
Recordemos que el venezolano está cumpliendo doce años en el poder y que pretende iniciar un nuevo y polémico sexenio, tras unas probadas fraudulentas elecciones, que lo llevarían a 18 años dirigiendo los destinos del vecino país, si efectivamente renueva su mandato el 10 de enero de 2025, apenas diez días antes de que lo haga el ganador de las elecciones norteamericanas.
¿Qué se espera de estos dos antagónicos presidentes que volverán a encontrarse en el escenario político del continente americano?
Si nos atenemos a lo sucedido en el pasado, es de esperarse que Trump retome la línea dura que adoptó con el Gobierno venezolano, al que intentó debilitar y aislar con sanciones personales y económicas, así como un firme apoyo al llamado gobierno interino de Juan Guaidó, que fue reconocido por cerca de 60 países tras el cuestionado triunfo de Maduro en las elecciones de 2018, que no fue aceptado por gran parte de la comunidad democrática mundial.
Gran sorpresa generó hace pocas semanas la revelación hecha por la ex asesora de la Casa Blanca Olivia Troye, quien fungió como asesora principal en seguridad nacional y contraterrorismo para el entonces vicepresidente, Mike Pence, quien señaló que el entrante Gobernante estadounidense, en privado, expresaba admiración por Maduro por ser un hombre “fuerte”, al tiempo que públicamente lo criticaba abiertamente.
Apreciación esta, por cierto, que explica también la consideración que el electo Mandatario republicano siempre ha mostrado, por similares razones, hacia su par ruso, Vladimir Putin.
De confirmarse este respeto que Trump tendría hacia el Gobernante venezolano, no sería de extrañar que, en aras de alcanzar algunas de sus metas anunciadas durante la campaña electoral, como ha sido su política anti migratoria y la promesa de sacar a los Estados Unidos de los conflictos externos en los que el país está sumido, pudiese adelantar, en un ejercicio de gran pragmatismo, acuerdos con quien en el papel aparece como un claro enemigo.
En este sentido, la mesa está servida, pues el líder del chavismo muy bien podría servirle para que recibiera a decenas de miles de venezolanos que han entrado y permanecen irregularmente en los Estados Unidos, cumpliendo así con su palabra de expulsar a los migrantes a quienes acusa de los males que aquejan a la Nación, a cambio de suavizar o eliminar las sanciones que penden sobre los gobernantes del país suramericano o abrirle paso a las inversiones en el área petrolera, un tema esencial para la reactivación de la economía de Caracas, que a su vez serviría para desincentivar el abandono del país.
No sería una maniobra fácil de llevar a cabo, pues algunos de los aliados más cercanos a Trump, como el senador republicano Marco Rubio, se han desempeñado como abiertos contradictores del autoritario régimen del vecino país, y gran parte de la propia comunidad venezolana asentada en Estados Unidos ha mostrado simpatía por el nuevo Presidente, lo que generaría ruido en sus filas.
Pero una iniciativa como esta tampoco se puede descartar en un dirigente político acostumbrado a sorprendernos con acciones impensables.
Ni corto ni perezoso Maduro, sabedor de la oportunidad que se le presenta, se apresuró a felicitar al ganador de las elecciones por la Casa Blanca, planteándole la necesidad de “un nuevo comienzo” entre Venezuela y Washington, que implique una relación de “ganar-ganar”.
Durante su anterior Gobierno el nuevo Presidente de la primera potencia del mundo y su equipo reiteraron en relación con Caracas, una y otra vez, que “todas las opciones están sobre la mesa”, dando a entender con ello que la posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos para tumbar al régimen chavista estaba abierta.
Hoy deberíamos incluir entre esas opciones que están sobre la mesa la posibilidad de una pragmática colaboración entre ambos gobernantes.