La esperanza fue lo último que se perdió en la búsqueda del sumergible Titán, que despareció de los radares desde el domingo 18 de junio con cinco tripulantes con destino a visitar los restos del icónico transatlántico Titanic, y desde ese momento, equipos de rescate privados, estadounidenses, canadienses y hasta franceses, llegaron hasta la zona para buscar la nave.
A pesar de los esfuerzos, el jueves 22 de junio el mundo se enteró de que una “implosión catastrófica” había acabado con la vida de los cuatro turistas y el piloto que estaban dentro de la nave, todo por la presión del agua en el fondo del océano. Sin embargo, todavía no se conocía cuánto tiempo habían esperado los tripulantes un rescate y cuál fue el momento crucial en el que ocurrió la tragedia.
Aunque se mantuvo la ilusión y el conteo regresivo sobre las presuntas 120 horas, cinco días, de oxígeno para encontrar con vida a los turistas, fue la Guardia Costera de Estados Unidos la que reveló que el mismo domingo 18 de junio, el día de la desaparición, sus equipos detectaron el momento de la implosión y a pesar de esto, se mantuvo el suspenso en la búsqueda, al parecer, todo a cuentas de la esperanza.
Tras la rueda de prensa, John Mauger, contraalmirante de la Guardia Costera estadounidense, le comentó a los medios de comunicación que los escombros encontrados por los equipos de rescate demostraban una implosión que acabó con la nave en instantes. Pero poco después, un oficial de la marina afirmó para el medio local CBS News, que el Ejército detectó una “una anomalía acústica consistente con una implosión” el domingo, momentos más tarde de la desaparición de Titán.
El mismo oficial reveló para New York Post que, tras encontrar la “anomalía acústica”, se indicó que esta información “no era definitiva”, y fue cuando se desplegaron los equipos de búsqueda con la esperanza de hacer todo lo posible por encontrar el sumergible y a las personas con vida.
“Los restos son consistentes con una catastrófica pérdida de presión de la cámara” del Titán, cuya comunicación se perdió el domingo, dos horas después de haber iniciado la inmersión con cinco personas a bordo, fue el anuncio del contraalmirante Mauger, en el que transmitió el pésame a las familias.
A bordo de Titán viajaban el millonario británico Hamish Harding, presidente de la compañía Action Aviation; el paquistaní Shahzada Dawood, vicepresidente de Engro, y su hijo Suleman -ambos también con nacionalidad británica-; el experto buceador francés Paul-Henri Nargeolet; y Stockton Rush, director general de OceanGate Expeditions, la compañía que opera el sumergible, y que cobraba 250.000 dólares por turista, es decir, alrededor de $1.036.137.500 pesos colombianos.
En los últimos días había salido a la luz un informe sobre las posibles deficiencias de seguridad de la nave. Incluso, el exdirector de operaciones marinas de OceanGate Expeditions, la empresa fabricante, David Lochridge, despedido por haber cuestionado la seguridad del Titán, mencionó en una demanda judicial el “diseño experimental y no probado” del sumergible.
Según Lochridge, un ojo de buey de la parte delantera del aparato fue concebido para resistir la presión a 1.300 metros de profundidad y no a 4.000 metros. Situación que a fin de cuentas, fue lo que terminó quitándoles la vida a a los turistas y provocando la implosión.
Muy a pesar de esto, el cofundador de la compañía estadounidense OceanGate Expeditions, Guillermo Söhnlein, quien creó la empresa con Rush antes de abandonarla en 2013, aseguró que no participó en el diseño del sumergible Titan, pero negó que su amigo actuase de forma imprudente.
“Estaba extremadamente comprometido con la seguridad”, declaró a la emisora británica Times Radio. “También era muy diligente a la hora de gestionar los riesgos y muy consciente de los peligros de operar en un entorno oceánico profundo”. “Esa es una de las principales razones por las que acepté entrar en el negocio con él en 2009″, subrayó.