“Ese lunes 20 de marzo yo no me encontraba en la casa y mi esposo había salido muy temprano a trabajar. Mi hijo Sebastián estaba encargado de llevar a sus dos hermanitas (de 13 y 14 años) a la escuela. Al ver que su hermano no salía, ellas decidieron entrar al cuarto y allí fue que encontraron su cuerpo sin vida. Llevarlas al colegio era una de las funciones dentro de su proceso de rehabilitación. Durante los últimos meses él iba todos los días a las juntas de Narcóticos Anónimos”, comenta Ana, madre de Sebastián Zimbrón.
La familia de Sebastián Zimbrón vivía en Bluffton, una pequeña ciudad al sur de Carolina (Estados Unidos). Comenzaron a tener problemas luego de que el joven, a los 15 años, recibió unas tabletas de alguien que se las ofreció en el High School. Se trataba de Percocet, un medicamento recetado que combina dos ingredientes principales: el óxido de oxicodona y el paracetamol (acetaminofeno). La oxicodona es un potente analgésico opioide ampliamente recetado por médicos en los Estados Unidos.
“En aquel momento lo encontré en el cuarto, tartamudeando. No podía hablar, le faltaba el aire y estaba vomitando. Al llegar al hospital, el médico le comentó que había tenido ‘suerte’, ya que al duplicar la dosis no había experimentado consecuencias graves. Pensamos que había aprendido la lección”, afirma Ana.
“Regresó a la casa cuando tenía 20 años. Empezó a recaer una vez aquí. Cambió el Percocet por la oxicodona, ambos medicamentos para el dolor. Por eso, hay que tener mucho cuidado ahora, porque te puedes volver adicto con las recetas de los hospitales. En ese momento, él me dijo: ‘Mami, perdóname. He tratado de hacerlo, quiero hacerlo, pero no soy capaz. No puedo más. Esto me gana’”.
Ana cuenta que, al no conseguir los fármacos, Sebastián (como muchas otras personas dependientes a los opioides) empezó a buscar en el mercado negro las pastillas M30, una forma química que comercializa de forma ilegal y que suele contener el opioide fentanilo o metanfetamina. Cantidades irregulares ponen en riesgo la salud de quien las consume.
“La mayoría de personas que consumen M30 saben que lo mezclan con fentanilo. Nosotros creemos que Sebastián sabía. Yo no tenía ni idea de qué era el fentanilo hasta el momento en que recibimos el resultado de la autopsia de Sebastián, que nos indicaba que el cuerpo de mi hijo de 22 años tenía un nivel de fentanilo demasiado alto, tanto como para que tres personas murieran por sobredosis”.
“Uno no está acostumbrado a escuchar ese tipo de sustancias. Como padres sí escuchábamos de la heroína, cocaína, marihuana, crack, pero ¿oxicodona?, ¿fentanilo? Yo decía: ¿Qué es esto? Mi esposo me decía que son relajantes musculares, pero yo seguía sin entenderle”, añade la madre.
Ana recuerda que “Sebastián consumía a escondidas, muchas veces en su cuarto, a solas. A veces pensaba que lo hacía con amigos por la influencia o la presión social. Ahora, ya no; ahora, tú no necesitas estar en grupo con nadie. Sencillamente, el cuerpo te lo pide después de haberlo consumido”.
El fentanilo es una de las sustancias que genera mayor dependencia, es un fuerte opiáceo sintético que se utiliza tanto en el ámbito médico como de forma ilegal. Se estima que aproximadamente 70.000 personas murieron por sobredosis de drogas que involucraron fentanilo en Estados Unidos en 2021. Y el número de muertes va en aumento.
“Yo, como madre, solo me senté desconsolada en una silla y pensé: ¿Qué me hizo falta hacer por mi hijo? Pero luego, solo con el tiempo, pude entender que, como padres, le dimos el hogar que humanamente pudimos y solo buscamos hacerle bien”, reflexiona Ana y añade:
“Recuerdo que seis horas antes de su muerte, mi esposo y mi hijo compartieron un encuentro aparentemente corriente, sentados en la mesa. Él le habló de sus planes, le dijo que se iba a ir a vivir con su pareja, y de su música, porque su sueño y su felicidad era cantar, y luchó por eso hasta su último día”.
“La lección que aprendimos es que es necesario hablar con ellos de drogas sin tapujos. Ahora tenemos que explicar a los jóvenes de ahora el porqué de las cosas y mostrarles, las generaciones de ahora no son como las de nosotros”, resalta Ana.
Ana y Javier crearon una fundación que busca sensibilizar a algunos padres sobre sustancias. En este momento están impulsando una campaña denominada ‘Challenge 12′, que consiste en proporcionar la información suficiente para que en 12 días otros padres expliquen a sus hijos los efectos, riesgos y daños de 12 sustancias distintas.