Sor María se creyó Dios. Creyó que podía disponer de la vida de los demás, en especial de los niños recién nacidos, hijos de madres solteras o pobres, y repartirlos a matrimonios que no podían tenerlos. Reportaje.

Sor María se creyó Dios. Creyó que podía disponer de la vida de los demás, en especial de los niños recién nacidos, hijos de madres solteras o pobres, y repartirlos a matrimonios que no podían tenerlos.Implacable, autoritaria y sin escrúpulos, como la califican algunas de las enfermeras que compartieron trabajo, la religiosa María Gómez Valbuena, Sor María, de la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y asistente social de la sala de maternidad del antiguo hospital Santa Cristina de Madrid, se tomó el “derecho divino” de decidir si los niños se quedaban con sus madres naturales o eran entregados a otras familias, gracias también a una intrincada red de adopciones irregulares. Por todo el trámite y la entrega de los niños, esta monja de casi 80 años cobraba entre 100 mil y 500 mil pesetas de aquel entonces.No fue la única, hubo muchas como ella, inclusive médicos y sacerdotes que se tomaron el don de repartir a ‘mejores hogares’ aquellos niños nacidos en ‘el pecado’, de mujeres ‘adúlteras o amantes’.Hoy, tras muchos años de lucha de familiares que perdieron a sus hijos, Sor María es la única que se ha sentado en el banquillo de los acusados, en el juzgado 47 de Madrid, donde acudió pero se negó a declarar. Sin embargo, haber estado allí sentada hizo que se abriera una puerta para muchas mujeres en toda España que llevaban años reclamando justicia, madres de niños robados a las que monjas como sor María, les dijeron que sus hijos habían nacido muertos.Ni siquiera les mostraban sus cuerpos o si lo hacían, eran envoltorios o cuerpos de otros niños que sí habían fallecido. Toda una trama que desde hace muchos años se venía denunciando, la de los niños robados entre 1950 y 1990, pero que ahora, con el juicio, se ha ido develando como uno de los actos monstruosos callados durante la dictadura y la democracia.“Era una monja implacable, lo controlaba todo, dominaba todo y a todos a su alrededor. Lo de los niños lo solía hacer los fines de semana, porque había menos personal. Ella lo aprendió de Sor María Guerrero, su antecesora. Sor María Guerrero fue otra monja que estuvo hasta 1970”. Quien habla es una enfermera que trabajó en el Santa Cristina entre 1968 y 1990.“Yo fui despedida -agrega la enfermera- el día que según ellos, cometí un error grave y fue el mostrar a una madre el niño recién nacido. Ella daba la orden de no mostrarlos e incluso había letreros en la zona de las incubadoras. Ella decidía a quien quitarle los niños y a quién entregarlos y muchos años después, seguía manteniendo contactos con las familias que los adoptaban a las que enviaba tarjetas de Navidad”.Su nombre también aparece en numerosas actas de adopción que luego fueron investigadas por sus irregularidades hasta de los años ochenta.El caso que llevó a Sor María a los tribunales por los delitos de detención ilegal y falsedad de documentos, es el de María Luisa Torres y su hija Pilar, y tuvo lugar 30 años atrás, en 1982. Sor María dio en adopción a la niña a una pareja que no podía tener hijos, porque María Luisa no era casada. Así lo decidió la religiosa y para lograrlo falsificó varios documentos. Gracias a la remoción de los casos, ambas se sometieron a una prueba de ADN hasta que coincidieron. Hoy están tratando de recuperar los años perdidos, 30 en total, toda una vida.Las monjas que regentaban el hospital decidían sobre todo, eran las que mandaban. Tenían el hospital desde 1924 y se encargaban de los partos de mujeres que acudían por la beneficencia, es decir gente pobre, o algunas mujeres que no estaban casadas.“Las monjas alistaban psicológicamente a las madres para que se resignaran a la supuesta muerte de sus hijos, las preparaban para poderse quedar con los bebés”, agrega la enfermera. No se sabe en qué momento Sor María entró en contacto con otros hospitales y convirtió la adopción irregular en un verdadero y floreciente negocio.“Como se negó a declarar -dice la periodista Cristina Pinzón- no se sabe mucho de cómo era el negocio, pero llegó a contactar con otro ser detestable, el médico Eduardo Vela, de la clínica San Ramón de Madrid y entre ambos, comenzaron a cobrar por dar niños en adopción. La lista de pedidos era larga. No les importaba nada, montaron una fábrica de bebés. Ella tenía una lista, llevaba un registro de las familias que estaban buscando niños y el ginecólogo, los traía al mundo para entregárselos a la monja. Entre los dos inventaban las tramas para las familias que perdían sus bebés. No puede haber algo más diabólico que esto: familias destrozadas, muchas de ellas, que no volvieron a tener hijos”.La fábrica tenía muchos proveedores, varios albergues y casas de monjas donde albergaban a jóvenes embarazadas y solteras que luego eran remitidas a las clínicas donde iban a perder sus hijos. Entre ellas, el Patronato de Protección a la Mujer, cuya presidente de honor era Carmen Polo, esposa del generalísimo Francisco Franco.“Sé que en estos centros -agrega la periodista Cristina Pinzón- llegaron a tener niños muertos que conservaban en neveras para mostrarlos a los padres a los que se les quitaban sus hijos. No sé cómo curas y monjas podían hacer esto, como podían arrebatarle de esta manera los hijos a sus madres y creer que estaba haciendo un bien”.Sor María no fue la única, hubo muchas como ella, no se sabe a ciencia cierta si conectadas o no entre sí, pero a raíz de la publicación de los casos en los medios, la lista fue aumentando en toda España.Para el colmo, contaban con una línea de taxis que se encargaban de llevar a los niños a otras provincias españolas, un reparto a domicilio.Jesús, una posible víctimaEl 21 de diciembre de 1972, Jesús Lizaso y su esposa Juliana Calparsoro se convirtieron en padres en la clínica El Pilar de San Sebastián, pero al cabo de unas horas, una monja les dijo que había muerto.Jesús Lizaso, hoy de 81 años, quiso ver el cuerpo de su hijo, pero una monja no se lo permitió. Sin embargo, sin el permiso de ella, lo besó. Hasta hoy, está convencido de que el cuerpo que besó, no era el de su hijo.“Mi hijo, si está vivo, que creo que lo está, tiene hoy 40 años. Sé que me lo robaron y hoy hago todo lo posible por encontrarlo. No sé por qué la monja se empeñaba en que no lo viera, gritaba que no y que no y yo tuve que imponerme, era el padre y que no me iba si no me enseñaban el cuerpo. Y fue cuando me atreví a besarlo, estaba envuelto en sábanas. Mientras esperaba llamé a un amigo para que me hiciera una foto con el bebé. Cuando la monja lo vio, se puso furiosa y trató de impedirlo. Entonces le dije que le hiciera una a ella y fue cuando salió huyendo”.Como en muchos casos más, la monja le dijo a los padres que ellas se encargaban del entierro del niño en el cementerio, pero Jesús cogió al suyo y lo llevó. En el camposanto el enterrador, ya enterado, le dijo que lo dejara en el suelo y entonces Jesús lo dejó sin saber a qué tumba fue a parar.También al igual que en otros casos, a Jesús un médico le dijo que el niño llevaba una semana muerto en el vientre de su esposa, pero él sabe que era mentira.“Justo la noche anterior, mi esposa sintió que el niño se movía y yo puse la mano en su vientre y pude sentirlo”.Luego de conocerse el caso de Jesús y su esposa, muchos más matrimonios han comenzado a buscar a sus hijos, ya que en otras ciudades de España, vivieron una experiencia similarTodos los días, de hecho, un nuevo caso sale a luz. Los niños robados en España son una herida que quizá nunca se logre cerrar y curar.