El Papa ha criticado las "hipocresías clericales", las "opacidades" y las "falsedades" que pueden aparecer en la vida de los sacerdotes y les ha advertido del riesgo de romper la comunión si se convierten en "instrumentos de división".
"Se peca contra el Espíritu, que es comunión, cuando nos convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división; y le hacemos el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo", ha asegurado el pontífice.
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Francisco ha presidido esta mañana la Misa Crismal desde la Basílica de San Pedro, en la que ha bendecido el santo óleo que se utiliza en las parroquias de la capital italiana en los sacramentos de la confirmación y de la unción de los enfermos. En su homilía, ha instado a "crear armonía" -que no es sólo un "método adecuado para que la coordinación eclesial funcione mejor" o "una cuestión de estrategia o cortesía, sino una exigencia interna de la vida en el Espíritu".
Los presbíteros presentes, mas de 2.000 entre curas, obispos y cardenales, durante esta celebración, han renovado así sus promesas sacerdotales ante el obispo de Roma y el pontífice ha consagrado el crisma y bendecido los Santos Óleos como marca la tradición. La celebración ha contado con el apoyo del cardenal vicario de Roma, Angelo de Donatis, en la plegaria eucarística.
Así, Fracisco ha instado a los curas a superar las crisis descubriendo "la ayuda del Espíritu Santo" acogiéndolo "no en el entusiasmo de nuestros sueños, sino en la fragilidad de nuestra realidad". "Nuestro sacerdocio no crece remendando, sino desbordándose!", ha advertido.
El Papa también ha tenido palabras para los sacerdotes que están sufriendo alguna "crisis" de fe y ha señalado ante ellos que "tirarlo todo por la ventana" no les ayudará.
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De la crisis, para el Papa, "se puede salir mal parado, deslizándose hacia una cierta mediocridad, arrastrándose cansinamente hacia una 'normalidad' en la que se insinúan tres tentaciones peligrosas: la del compromiso, por la que uno se conforma con lo que puede hacer; la de los sucedáneos, por la que uno intenta "llenarse" con algo distinto respecto a nuestra unción; la del desánimo, por la que, insatisfecho, uno sigue adelante por pura inercia".
Por ello, el Pontífice ha alertado sobre el "gran riesgo" de que "mientras las apariencias permanecen intactas -soy sacerdote, soy padre-, nos replegamos sobre nosotros mismos y seguimos adelante desmotivados; la fragancia de la unción ya no perfuma la vida y el corazón ya no se ensancha, sino que se encoge, envuelto en el desencanto, es como si se destilase el sacerdocio lentamente y se va olvidando de ser pastor del pueblo".