Yo llegué a Beirut en febrero de 2019. Todo fue por amor. A mi esposa, Sonia Schulz, una abogada alemana, la conocí en Cali. Ella estaba de vacaciones porque había finalizado sus estudios. Nos enamoramos desde el primer momento y al principio pensamos que ella se radicara en Colombia e hiciéramos una vida como novios en Bogotá. Sin embargo, Sonia había aplicado a una vacante en Beirut, y por esos días la contrataron.

Por eso ella llegó primero al Líbano. Yo la seguí meses más tarde, después de renunciar a mi trabajo. Como soy actor, en Cali laboraba con empresas que hacían eventos corporativos a través del teatro. Por supuesto que nunca pensé que en Beirut íbamos a ser protagonistas de una tragedia como las explosiones del 4 de agosto de 2020. Uno nunca piensa que le va a tocar algo así.

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Una vez llegué a Beirut conseguí trabajo muy rápido como profesor de salsa caleña en la escuela de un hotel. Tenía experiencia. En Cali había participado en dos salsódromos con una escuela de bailadores. En otra escuela me preparé como instructor. Y en Beirut les encanta la salsa caleña porque es explosiva, dinámica, alegre; un estilo nuevo para ellos.

También conocí a un mánager, y gracias a él empecé a participar en comerciales de televisión, actuando. Menos mal no debía decir nada. El árabe es un idioma muy difícil. 

Si soy actor es por el destino. Yo iba a ser deportista. Nací en Buga hace 34 años, me crie en Tuluá, donde jugué voleibol (fui Selección Valle, campeón nacional) y jugué fútbol. Era arquero. Mi formación la hice en Deportes Tuluá, donde compartí con Freddy Guarín.

En 2006 viajé a Venezuela para probar en Aragua Fútbol Club. Pero no hubo interés por parte de ellos. En esas conocí al director de una escuela de arte dramático que trabajó con el Circo de Kiko, de Carlos Villagrán, y empecé a estudiar ahí, en Maracay. A mis 20 años inicié mi formación. Después me gradué de la Academia Estudio de Actores de Cali.

Las explosiones

El día de las explosiones en Beirut estaba con mi esposa. Ese día debíamos ir al aeropuerto, pero como había mucho tráfico, decidimos parquear el carro y hacer unas vueltas a pie. Beirut es una ciudad más pequeña que Cali pero probablemente tiene más carros que Bogotá. Es una ciudad de contrastes. En la calle ves automóviles Ferrari, Jaguar, Maserati, pero no podés tomar agua de la llave. No es potable. Hay rascacielos lujosos, modernos, pero también una pobreza extrema.

Eso sí: mi esposa puede caminar en cualquier parte y nadie le dirá un piropo, nadie mirará de más. Es una sociedad que respeta a la mujer. Sonia puede pasar por una construcción en mini falda o leggins y no se escuchará ni una mosca.

Después de hacer las vueltas, decidimos ir a nuestro apartamento, ubicado en el piso 14 del Skyline Tower. Antes de entrar al apartamento la vecina de al frente nos pidió que entráramos a su balcón para que viéramos lo que estaba ocurriendo. El balcón de la vecina está de cara al puerto de Beirut, donde ocurrieron las explosiones.

Se veía una nube de humo. Pensé que era un cargamento de pólvora al que le habían dado un mal manejo, e hice un video. Cuando entré a nuestro apartamento tuve tiempo de mandarle el video a una periodista, y le pregunté si sabía algo. Pero todo parecía muy tranquilo.

Se me ocurrió incluso preparar algo de comer. Ya en la cocina me di cuenta que faltaba un ingrediente esencial: el aguacate. Fue lo que nos salvó la vida durante la mega explosión.

En ese momento le dije a Sonia: “amor, vamos a comprar unos aguacates y comemos bien rico”. Ella cogió su celular, habló unos segundos con su mamá, y nos dirigimos al ascensor. En el piso siete, creo, se escuchó la primera explosión. Empezamos a hundir los botones, pero el ascensor no reaccionó.

Cuando se abrió en la recepción, y avanzamos unos cinco pasos, el portero nos dice: “por favor, no salgan”. Justo en ese momento sucedió la mega explosión. Pasaron 33 segundos entre la primera y la segunda explosión que, según los últimos balances, dejó un cráter de 43 metros de profundidad, 171 personas muertas y 6.000 heridas.

La decoración y las divisiones de la recepción del edificio son de vidrio. Todo ese montón de vidrio lo recibimos nosotros. Sentí un vacío. Y que mi cuerpo se quemaba. Como ‘in crescendo’. Aunque nunca perdí la conciencia. Yo pensé lo que aún piensan muchos libaneses: “esto es un ataque”. En el suelo, después de que la onda expansiva me lanzara, escuchaba a mi esposa que decía: “¡Carlos, Carlos!”

“Acá estoy”, le respondí. Yo me miré. La ropa estaba completa. Pero tenía un brazo colgado, se movía solo, fracturado. Los dedos señalaban a cualquier parte, también fracturados. Tenía un dolor muy fuerte en mi rodilla izquierda y en el pie derecho.

A Sonia la vi con sangre, pero sin mutilaciones. ¿Puedes respirar?, le pregunté. “Sí, estoy bien, vamos”, me dijo. Lo primero que se me ocurrió fue salir del edificio. Sonia se devolvió a buscar sus zapatos cerca del ascensor para caminar mejor.

Camino al hospital

Afuera parecía una zona de guerra. Los carros estaban volteados, las techos de las casas caídos, al igual que los postes. Estábamos muy cerca del puerto donde ocurrió la explosión. Entre el edificio donde vivíamos y el puerto nos separan un lote que se usa como parqueadero, una avenida de ida, una avenida de venida. Nada más.

Caminando por nuestro barrio, el Mar Mikhael, la zona rosa, llegamos a la calle principal que se llama Armenia Street. Después subimos unas gradas para acortar camino hacia el barrio Geitawi, donde están los hospitales. Allí nos encontramos a nuestro segundo ángel, porque el primero fue el aguacate. Ya explicaré por qué.

Ese segundo ángel era un hombre que se me acerca y me dice: ¿tú hablas español? Le dije sí, le pedí que nos ayudara para llegar al hospital. Y él repetía: “yo vi el hongo de la explosión”. Ahí volví a pensar: esto es un atentado.

El hombre nos ayudó a llegar a los hospitales de Geitawi, pero los estaban evacuando. Unas calles más adelante nos encontramos al tercer ángel. Venía en su carro, el único que paró a ayudarnos. Iba con su mamá, creo, o con su abuela. Atrás iba la empleada del servicio doméstico. El segundo ángel con el que íbamos le explicó en árabe que estábamos heridos y que necesitábamos un hospital. El conductor del carro dijo: “suban”.

Era tanto el dolor que sentía, que en el carro comencé a desmayarme. Sonia decía: “no te vayas, no te vayas”. Hasta que llegamos al Bellevue Medical Center, un hospital a las afueras de Beirut. Eran las 7:35, es decir que todo lo hicimos muy rápido. La mega explosión se registró a las 6:07.

Reconstruir la vida

En el hospital estuvimos siete días y tengo que decir que el cónsul de Colombia en Beirut, Abel Francisco Riaño, estuvo muy pendiente de mi situación. Gracias a la presión del consulado me atendieron muy bien. Al principio estaban cobrando un montón de dinero.

A mi esposa le diagnosticaron laceraciones múltiples en su brazo, una cortadura en la planta del pie de derecho, y laceraciones en su cara. Su cara tenía mucho vidrio. Lastimosamente quedó muy comprometida. Hay que hacer cirugías reconstructivas. No es igual al rostro que tenía antes de la explosión. En la pantorrilla derecha tiene una cortada profunda que llega hasta el músculo. Se le dificulta caminar.

En mi caso el médico me explicó que tenía una ruptura del codo izquierdo, de los últimos dedos de la mano izquierda, el índice de la mano derecha, una ruptura de ligamento en la rodilla izquierda, con fisura de rótula, por lo que deben operarme en unos tres meses. Y parte del lado izquierdo de mi cara también sufrió laceraciones. Lo más probable es que deba someterme a una cirugía estética, por mi profesión.

Ahora vivimos en la casa de unos colegas de mi esposa, porque no tenemos casa. El edificio donde vivíamos está sostenible, firme, pero como casi todo es de vidrio, se reventó. Es un armatoste a la intemperie.

Un equipo de rescate nos ayudó a recuperar parte de las cosas: ropa, enseres, algo de dinero ahorrado, recuerdos del día en que nos casamos en la Isla de Chipre, en la ciudad de la diosa del amor, Afrodita: Pafos.

De los cuatro gatos que teníamos, solo rescataron dos. Lastimosamente, cuando fueron a rescatarlos, una de las gatas saltó por el balcón y murió. La otra está perdida. Por eso solo ‘Mono’ y ‘Paula’ están con nosotros, por ahora en un hogar de paso. ‘Matilda’ fue la gata que murió. Era muy loquita, exploradora. ‘Manchitas’ está perdida. Es la mamá. Vimos nacer a los tres gaticos. La que murió tenía apenas 4 meses. Nos contaron lo que pasó con ella hace un par de días.

Así que por el momento estamos dedicados a recuperarnos. Estas cosas dejan secuelas. Cuando veo la luz artificial o del sol me duelen los ojos.
Los sonidos fuertes, como una puerta que se cierra duro, o algún sonido en seco o que retumbe, es un nerviosismo para nosotros. Cualquier tipo de olor a quemado, que pueda generar un accidente, nos asusta.

Sin embargo nos sentimos bien anímicamente, aunque algo solos. El amigo donde estamos cuando puede nos ayuda a ir donde el médico o nos hace de comer, porque yo no puedo caminar. Si apoyo la rodilla me lesiono más. A Sonia también se le dificulta caminar, pero cuando nos quedamos solos ella me ayuda. Ya veremos quién viene a acompañarnos 24/7, durante por lo menos un mes, cuando creo que ya estaremos mejor.

Con Sonia a veces lloramos, a veces reímos, nos acordamos, nos sorprendemos, de pronto nos callamos y miramos al vacío, de pronto nos miramos a los ojos y nos besamos porque estamos vivos, porque nunca dejamos pasar la oportunidad de hacer algo juntos. Si hay oportunidad de hacer algo juntos lo hacemos, así sea una cosa tan simple como comprar un aguacate. Salir a comprarlo nos salvó la vida. Por eso digo que el aguacate fue nuestro primer ángel.

Porque de todo lo que hicimos, y de lo que íbamos hacer, la única parte donde nos hubiéramos salvado era donde estábamos: en la recepción del edificio. La calle donde íbamos a comprar el aguacate quedó destruida, hubiéramos muerto. El carro donde estaba parqueado nos habría caído todo encima. En el apartamento de la vecina nos hubiéramos muerto. De hecho dos personas de nuestro edificio murieron. Vivían en apartamentos similares al de la vecina; frente al puerto.

Si nos quedamos en el apartamento o morimos o quedamos mutilados. Todo se chupó, las puertas, los baños, todo quedó como succionado. El único lugar seguro era la recepción, donde no había nada de concreto, ni sillas, ni mesas, nada que pudiera golpearnos con contundencia. Por eso pensar en ir a comprar el aguacate nos salvó la vida.