Luego de que el presidente ruso, Vladímir Putin, que lanzó una operación contra Ucrania en febrero de 2022, afirmara el pasado jueves que el conflicto en Ucrania tiene ya visos de guerra “mundial” y que no descarta ataques en Occidente, tras haber lanzado un misil hipersónico de medio alcance, capaz de transportar ojivas nucleares, contra Dnipró, en el centro-este de Ucrania, el mundo se encuentra a la expectativa sobre lo que podría ocurrir.
No obstante, mientras Norteamérica baraja la suerte, y alista sus ojivas tras ponerse en la mira de ataques al cooperar con armas de gran alcance en el creciente conflicto entre Ucrania y Rusia, y también entre Israel e Irán, los países Latinoamericanos se convierten en una de las pocas regiones del mundo en mantenerse libre de armas nucleares.
La razón, porque en 1967, fue firmado por los países de América Latina y el Caribe, el Tratado de Tlatelolco, que prohibía el desarrollo, adquisición, almacenamiento y uso de armas nucleares en la región.
Este, fue el primer tratado de su tipo en el mundo y, a diferencia de potencias nucleares, los países de la región han concentrado sus esfuerzos en usar los materiales e instalaciones nucleares, en otros fines.
No obstante, dicho tratado se dio como una manera de evitar que los intereses estratégicos de Estados Unidos, y otras potencias, fueran amenazados. Esto después de que la Unión Soviética, durante la Guerra Fría, influyera en las políticas de defensa.
Ahora bien, el acuerdo, impulsado por el ex canciller mexicano Alfonso García Robles, quien recibió en 1982 el Premio Nobel de la Paz por el impacto positivo mundial del Tratado, protege a más de 600 millones de personas que habitan cerca de 20 millones de kilómetros cuadrados, cubriendo áreas oceánicas y territorios nacionales de 33 países de la región.
No obstante, lejos de pensar que, ante un escenario hipotético de Tercera Guerra Mundial, América Latina podría mantenerse al margen de los enfrentamientos nucleares, siendo vista más como una zona neutral o un refugio, persiste la incertidumbre.
Pues, aunque aún no hay conflictos internos y tensiones bilaterales, la estabilidad del territorio en una eventual guerra mundial, dependerá de la capacidad de las potencias externas de respetar este estatus y de los esfuerzos internos por evitar conflictos secundarios.