Todos los septiembres los ojos del mundo están volteados a la apertura de los trabajos de la Asamblea General de Naciones Unidas. Es en este palco que los líderes del orbe desfilan y hacen sus discursos para la comunidad internacional y para sus propias poblaciones, algunos pidiendo la paz, otros incitando el conflicto.
La ONU fue creada al final de la Segunda Guerra Mundial y desde entonces la evolución de la organización es también la evolución de las relaciones internacionales, marcada por cambios importantes, como la creación y desaparición de países, ascenso y caída de líderes políticos y emergencia de diferentes temas.
En la década de 1990, las Naciones Unidas lograron movilizar los países sobre diferentes temas sociales, resultando en la construcción de marcos legales fundamentales para la gobernanza de los Derechos Humanos, las mujeres, el medioambiente y los centros urbanos. Esa década de optimismo y mucha cooperación, hizo que la opinión pública en general valorara la organización, aunque con críticas importantes, como la letargia en el genocidio de Ruanda.
Los 2000 fueron inaugurados por los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, cambiando toda la dinámica de las relaciones orbitales, trayendo los temas de seguridad al centro del debate y soterrando el optimismo. Con EE. UU. ignorando las decisiones emitidas por el Consejo de Seguridad, especialmente el rechazo a la invasión de Irak en 2003, y la publicación de casos de corrupción involucrando el Secretario General, poco a poco se fue creando una visión negativa sobre la ONU en la opinión pública.
También, un grupo de países que pasaba a tener más protagonismo internacional por su crecimiento económico, empezó a demandar mayor representación en la ONU, proponiendo una reforma que contemplara la ampliación del número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Brasil, bajo la Presidencia de Lula, lo lideró desde América Latina, no sin críticas internas y regionales.
El contexto actual es mucho más complejo, tanto en la composición de actores internacionales como en problemáticas. Al final, parece que todos están insatisfechos con la ONU: los países poderosos, los periféricos, la juventud e incluso sus propios funcionarios. Ese sentimiento puede llevar a concluir que no vale la pena mantener en funcionamiento esa organización, que es “ineficiente, racista, genocida, elitista y además costosa”.
Esas percepciones que están por todas partes y siempre son más visibles en septiembre, son combustible para líderes autoritarios, que se benefician de un sistema multilateral debilitado.
El mundo es desigual y violento, pero sin una organización como la ONU puede serlo aún más. En un contexto de crisis climática, incremento de la conflictividad y diseminación de desinformación, el mundo necesita unas Naciones Unidas fuertes y operantes, y para eso es urgente su reforma.
A lo largo de los últimos 40 años, diversas propuestas de reformas de la ONU han sido presentadas, pero la mayoría no fueron ni consideradas. Sin embargo, todas comunican lo mismo: son una organización fundamental para la gobernanza global, pero, para garantizar su pertinencia, relevancia y eficiencia, debe representar más el mundo actual y menos el mundo del fin de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, vale la pena salvar a la ONU, pero una ONU transformada para dar cuenta de la complejidad de los desafíos actuales y de los que están por venir.