Han pasado quince días de unas elecciones polarizadas, dramáticas y plagada de sospechas y certezas de fraude. Ante esta situación, las emociones son complejas y están profundamente influenciadas por años de crisis y la reciente incertidumbre electoral, y reflejan una mezcla de frustración, desesperanza, agotamiento, pero también una voluntad inquebrantable de buscar un cambio.
La desesperanza está acompañada de una fatiga generalizada. Los constantes desafíos, la falta de progreso visible y la repetición de ciclos de promesas incumplidas han llevado a muchos a un estado de agotamiento.
La lucha diaria por sobrevivir en medio de la crisis económica, sumada a la carga de enfrentar un régimen que parece inamovible, ha desgastado profundamente a la población. Este agotamiento se manifiesta en una disminución de la participación en actividades políticas y sociales, ya que muchos sienten que sus acciones no conducirán a cambios reales.
Y por otro lado, persiste una llama de esperanza y determinación. Para muchos venezolanos, la idea de un cambio sigue viva, aunque más como un acto de resistencia que como una expectativa realista a corto plazo. Esta esperanza es alimentada por pequeños actos de solidaridad, la supervivencia diaria y la convicción de que, eventualmente, la situación debe mejorar.
Aunque debilitada, la determinación de no ceder completamente al régimen sigue siendo una fuerza significativa en la vida de muchos. Aún está lejos un cambio real de país, un viraje al otro extremo ideológico, un milagro transformador que recupere esperanzas en millones de personas que, a pesar del dolor, siguen sonriendo y conservando ese espíritu arrecho que logra más por su resistencia que por su desesperación.
*Consultora y analista política.