El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla, dio el cuartelazo que sacó del poder al régimen fascista de Laureano Gómez, que pretendía imponer una dictadura al estilo de la de Oliveira Salazar en Portugal.
Como bien lo dijo Juan Lozano y Lozano, uno de los mejores cronistas políticos que ha dado este país, en esa fecha los liberales vimos una luz, pero fue luz de semáforo porque la violencia ejercida por el gobierno conservador contra el partido de oposición tuvo un paréntesis pasajero pues a los pocos meses volvió con renovados ímpetus. De lo que se trataba era de liquidar el liberalismo para que dejara de tener opción de recobrar el poder perdido en 1946.
Con una ingenuidad propia de los liberales, en aquella noche de junio, creímos que el teniente general Gustavo Rojas Pinilla sería fiel a su palabra de devolver la paz a Colombia: “No más sangre, no más depredaciones a nombre de ningún partido político”. Comimos el cuento, al punto de que uno de los epónimos jefes liberales, el expresidente Darío Echandía, en el homenaje que la sociedad bogotana rindió al nuevo mandatario, expresó que Rojas no había dado un golpe de Estado sino un golpe de opinión, y que Colombia se había levantado no en armas sino en almas.
El Partido Liberal consideró en su euforia que se le abría la puerta para regresar a la Presidencia en unas elecciones libres. No cayó en la cuenta de que Rojas era un boyacense godo de tuerca y tornillo, y olvidó que como comandante de la III Brigada no fue ajeno a la masacre de la Casa Liberal de Cali, cuando tropas a su mando asesinaron a más de 30 personas -hombres, mujeres y niños-, que allí habían encontrado refugio cuando tuvieron que huir de sus parcelas, acosadas por la persecución oficial. Y que Rojas mantenía amistad íntima con ‘El Cóndor’, jefe de la ‘pajaramenta’ criminal.
Hubo un año de tranquilidad, que finalizó en junio de 1954 cuando un contingente del Batallón Colombia, recién llegado de Corea, disparó contra una marcha que protestaba por el asesinato la víspera del estudiante de medicina Uriel Gutiérrez en el campo de la Universidad Nacional. En la Carrera 7 con Calle 12 de Bogotá, a tres cuadras del palacio presidencial, murieron más de 20 muchachos, que solo pedían justicia para el compañero sacrificado.
De allí en adelante, Rojas mostró su verdadero rostro, y asumió la dictadura plena. Clausuró El Tiempo por decreto y asfixió con impuestos ilegales a El Espectador, que se vio obligado a parar la rotativa. Restableció la censura de prensa y creo la tenebrosa Oficina de Información y Prensa del Estado, al mejor estilo nazi.
El país no resistió más. El Partido Liberal designó a Alberto Lleras como jefe único, que se impuso la tarea de derrocar a Rojas y a su equipo de saqueadores del tesoro público. Convenció a Laureano Gómez, exiliado en España, de crear el Frente Nacional, garantizando la alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales por 16 años, con paridad en todas las corporaciones y entes oficiales. E hizo algo increíble: logró que Colombia se paralizara pues todas las empresas y entidades financieras detuvieron sus actividades, pagando a los trabajadores todo el tiempo que durara el paro.
Lleras vaticinó que en un mes caería Rojas. Cayó en 5 días pues el movimiento inició el 6 de mayo y el 10 Rojas, al verse perdido, designó una junta militar que convocó el plebiscito que introdujo en la Constitución el acuerdo político.
El 13 de junio de 1953 y el 10 de mayo de 1957, son fechas imborrables en los anales de nuestra historia.