Justo en el día en que celebrábamos nuestra independencia, y cuando el Presidente le presentaba al Congreso las grandes líneas de su actuación en este nuevo año legislativo, conocimos el triste reporte anual del Departamento de Estado de USA, sobre si Colombia es o no un destino atractivo para la inversión.
Todos esperábamos que, en el año de la verdad del gobierno de turno, el Presidente corrigiera el rumbo y enviase un mensaje de confianza y certidumbre, pero el resultado no fue así.
Un discurso que, aunque más conciliador, nada efectivo, propuso para la reactivación económica y sí trajo nuevas incertidumbres (Ej. fast-track legislativo, nuevos proyectos de ley peligrosos, dudas sobre vigencias futuras, entre otros).
Hoy el escenario de inversión es muy negativo. La inversión privada en Colombia completa el peor resultado en relación con el PIB en décadas, y hoy es no más del 11% del PIB cuando hace algunos años era casi el doble.
De igual forma, lleva cinco trimestres cayendo por debajo del -10%, en gran parte, como lo ratifica el FMI, como resultado de la incertidumbre política y social.
Pero sin por allí, llueve, por la inversión pública no escampa. Esta inversión tiene hoy su punto más bajo en 10 años, y eso sin considerar los recortes que se están dando y que se habrán de hacer.
Y lo único que aún reportaba cifras positivas, que era la inversión extranjera directa, en el primer semestre de 2024 ya cae en un -16% y solo en el sexto mes de este año la caída es del -52%.
Entiende entonces uno por qué el Departamento de Estado, que realiza un estudio anual del país de su inversión, luego de 8 años de recomendar a Colombia como un destino atractivo, hoy ya no lo considera, y hace un llamado de preocupación por altos niveles de incertidumbre del sector privado.
Las razones son todas conocidas, y de ellas se habla todo el tiempo, y poco se hace para solucionarlas. Un exceso de cambios de gobierno transitando a funcionarios sin experiencia técnica, ausencia de liderazgo regulatorio y lentitud en toma de decisiones, bajo nivel de crecimiento con elevación de los costos de capital y peor ambiente de negocios, dudas por una batería de reformas que generan más incertidumbre, intensificación de la violencia y corrupción, y finalmente poco ánimo de escucha y de construcción de consensos y diálogos con el sector privado.
Nada muy distinto a lo que dijeron Moodys y S&P recientemente cuando empeoraron la perspectiva de Colombia de estable a negativa.
Por eso todos esperamos el “cambio” de ideas y lo que vemos es un llamado a una nueva reforma tributaria, que nadie entiende ni el ¿cómo?, ni el ¿para qué? Dice buscar bajar la tasa corporativa, pero en un escenario fiscal apretado no se entiende cómo lograrlo. Y no aparece un plan de reactivación.
Tampoco se ven compromisos serios de austeridad en gastos de funcionamiento. Y seguimos en el fantasma de ‘poder constituyente’ y ‘fast-track legislativo’ que detonan temores.
Así las cosas, no será este un año fácil, pero aún hay tiempo para corregir el rumbo. No podemos perder la esperanza.