La economía mundial sigue plagada de incertidumbre por causas estructurales, como el intento de modificar el modelo económico chino y la fatiga macro de los Estados Unidos y la Unión Europea, y por las tensiones geopolíticas que llevan al Papa Francisco llamar el momento como “una guerra mundial por pedazos”.
Xi estaba apretando un nudo corredizo a los inversionistas foráneos y amenazando a los domésticos que desaparecen y vuelven a aparecer como lo hacen allí algunos altos funcionarios. Los signos vitales de la economía se debilitaron y el jefe tuvo que dar marcha atrás, por lo menos en el mensaje a los inversionistas. China crece débilmente para sus estándares y los problemas graves de la banca regional, del mercado inmobiliario y la deflación, no acaban. La cumbre Xi-Biden aplacó espíritus temerosos y fue marco para un encuentro, bien asistido en calidad, con los principales empresarios privados de los Estados Unidos. Fue útil para bajarle temperatura a las tensiones bilaterales, ya en preguerra. Seguirán los problemas con Taiwán, con Filipinas y con India, pero en un marco menos riesgoso. No se sopesó la frase de Xi al final del encuentro con Biden: “El planeta es lo suficientemente grande para que quepamos los dos”. Sabemos, pues, cómo se imagina Pekín, el ‘Nuevo Orden Mundial’: sin Rusia, ni el mundo árabe, ni Latinoamérica, ni Europa, ni África, ni la India. Solo bipolar, es decir, enfermo e inestable.
En los Estados Unidos, la inflación pareciera bajo control. La Reserva Federal está más dispuesta a bajar sus tasas y el empleo, creciendo menos, pudiera resentirse, aunque sigue en máximos históricos. Con el contexto geopolítico que tenemos, el dólar sigue fuerte y atrae inversionistas que generan oferta o se refugian, ambas cosas positivas para una economía todavía la más grande del mundo.
Ucrania sigue siendo un dolor de cabeza para Washington. El congreso está reacio a dar más fondos para repeler a Rusia, quien en 2024 ganará terreno en el campo de batalla y seguirá debilitando la oposición mundial a su invasión.
Gaza se suma a la tensión, con un Israel desprestigiado por su aparatosa reacción a los ataques terroristas de Hamás. Con ese curso, minó el apoyo incondicional de Occidente y de Estados Unidos, a quien ya le costó caro vetar la resolución de cese al fuego del Consejo de Seguridad.
La economía de Estados Unidos en 2024 parece que se mantendrá a flote, sin crecimiento espectacular, en medio de un debate electoral presidencial y de congreso que pone en vilo al planeta entero. No es para menos, porque marcará el final de la defensa internacional por la fuerza de la democracia representativa, y la consolidación de la tolerancia del autoritarismo si gana un Trump subjúdice, que no duda en asegurar que el primer día de su gobierno será dictador para vengarse.
Como el presidente, la economía colombiana es lábil, puede resbalar en cualquier momento y por cualquier causa durante el 2024. La inflación, amenazada por El Niño, no baja a la velocidad de la caída de los precios internacionales porque erradamente metimos un jalonazo exagerado a la demanda con el aumento del salario mínimo actual. Esta vez no debe repetirse el error y el ajuste debe estar en diez por ciento. Las tasas de interés podrían empezar a bajar, pero nuestro desempleo aumentará, porque el crecimiento económico será nulo o incluso negativo, con aires de recesión, dada la caída en la inversión, ya en el 9% del PIB, cuando la media era 22%. La no exploración petrolera se confirma con la membresía colombiana de un tratado, entre islitas del Pacífico que la prohíbe, al cual Petro adhirió, confirmando su vocación insular y aislacionista, con consecuencias cambiarias en contra del peso si lo ratificamos. Mientras, en Dubái el mundo decide acabar con el petróleo, pero “un día de estos”.
2024, bisiesto, será la mitad del río para Petro y el inicio del ‘sol a las espaldas’.
Ojalá la economía, la electricidad y la seguridad resistan el acoso del ocaso.