Cuenta la historia que, en los años 80, el presidente de la ANDI Fabio Echeverri, viendo la situación del país de aquel entonces, identificaba una economía con buen comportamiento y alentadores indicadores de impacto en el bienestar, pero simultáneamente severos problemas de violencia, indisciplina social, integridad y narcotráfico. La conclusión a la que llegaba es que mientras al “país le iba mal, a la economía le iba bien”. Algo similar sucedió en los años 70, cuando el presidente de Fedemetal, Carlos del Castillo, afirmaba que “el gobierno va bien, pero el país va mal”. Y más recientemente, en editorial de Fernando Quijano y para resumir un año de gobierno, se hablaba como viendo las dificultades en seguridad, ejecución y gobernabilidad y reconociendo avances macroeconómicos, “la economía va regular y el país va mal”
Nuestra nación en muchos momentos ha estado signada por estas contradicciones entre el mundo político y el mundo económico. Bipolaridades que se suman a otras como las de ser uno de los países más felices del mundo, pero uno de los menos optimistas, viviendo esa especie de ‘fracasomanía’ que describió en los años 50 Albert O. Hirschman y que lleva a desesperanza e incredulidades en la política y con eventuales impactos en lo económico.
Hoy Colombia vive una situación delicada y desafiante en su institucionalidad frente a los hechos conocidos por la Fiscalía, donde el único camino de salida debe ser el respeto profundo a las instituciones democráticas y sus actuaciones. Como nación, el norte debe ser la defensa y el apego a la verdad, al derecho legítimo, a la defensa y al estado social del derecho.
En el entretanto, dichos hechos inevitablemente golpean la gobernabilidad de la nación y querámoslo o no afectan la imagen internacional. Pero retomando nuestra bipolaridad, lo único que no puede suceder es que perdamos el ritmo de la dinámica económica y empresarial. El peor de los mundos siempre será un país con líos políticos y una economía postrada.
¿Cómo entonces enfrentar este dilema? Una salida conocida y exitosa es la que ha tenido el Perú, que ha enfrentado sinnúmero de problemas de gobernabilidad e institucionales, pero ha logrado siempre tener a raya esos hechos de su dinámica productiva. La salida ha sido “blindar” el modelo de desarrollo y crecimiento sin importar lo que sucede en el poder y eso lo han logrado con fundamentales macroeconómicos claros, apostándose a fondo por el comercio internacional para generar nuevas divisas más allá de las fronteras, facilitando la dinámica de la inversión privada, respetando la independencia de la banca central, y apoyando al sector privado sin sesgo alguno. Mejor dicho, manejando con finura la economía en modalidad “compartimento estanco”, aislando la economía para que no pase el agua en caso de inundación.
Hacer esto es cuidar nuestro mediano y largo plazo y garantizar que la lucha contra la pobreza y la inequidad, no se perderá y que seguirá siendo nuestra resiliencia la que nos habrá de permitir crecer más y mantener una dinámica empresarial favorable.
Creciendo más y siguiendo el caso del Perú, en lo que sí debemos acertar es en cuidar esos medios de blindaje y no ceder en ellos.