Han pasado casi 20 años desde que Salvatore Mancuso apareció en vivo y en directo por televisión pidiendo perdón. Entonces había desmovilizado 1400 paramilitares del Bloque Catatumbo. El escenario era la negociación de los paramilitares en Ralito en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Estrenó un estilo y abrió un camino que han seguido muchos de quienes envejecen con decenas, cientos de muertos encima, dolor, perdidas, desplazamientos pero convencidos de la redención del perdón.

Hoy vuelve a parecer orondo, de la mano del presidente Petro, quien le concedió el status de gestor de paz, que ya Uribe le había dado a otros seres aberrantes como la guerrillera de las Farc Karina quien terminó protegida por los mismos militares que había atacado y hasta humillado, en el batallón de Carepa, en el Urabá antioqueño. Eran tiempos de la seguridad democrática, los acuerdos de justicia y paz y aquel odio visceral hacia las Farc atada a premios y reconocimientos por delaciones. Y se engendró el monstruo mayor de la guerra: los falsos positivos, los asesinatos de muchachos inocentes para mostrar resultados operacionales.

El poder del Presidente entonces era tan grande como fue el de su sucesor Juan Manuel Santos y ahora Gustavo Petro con licencia para tranzar, pactar, romper, firmar, incumplir, volver a pactar con miembros de grupos armados, sin importar el bando, con el libreto político y militar del momento; un libreto que pareciera ya conocido.

Colombia se han instalado 14 procesos de paz y la violencia ha mutado, ha cambiado de actores y de formas, siempre atravesada por la coca, el oro, el petróleo y también el coltán. De ideología y reivindicaciones políticas, por más que el discurso las quiera disfrazar, pocón, más bien nada.

Siguió la negociación con las Farc y la Jurisdicción Especial para la paz, que se convirtió en un aparato gigantesco de magistrados, investigadores, auxiliares, asistentes de asistentes que opera en un edificio con un presupuesto que en el 2023 se acercó al $ 1 billón, donde abundan las audiencias y las víctimas reclamantes y victimarios aportando medias verdades, guerrilleros, militares, empresarios, funcionarios públicos sin que aparezcan los verdaderos responsables de las órdenes. Los resultados de la JEP, después de 8 años, son pobres; precarios. Sin condenas ni castigos, pero sí mucho arrepentimiento; quizás solo de dientes para afuera.

Con la huella de los años encima, con su retórica conocida, reaparece Mancuso en su tierra, Monteria, donde amasó miles de hectáreas a sangre y fuego en Córdoba “en un acto de perdón” acompañando virtualmente a Presidente en la entrega de 8430 para beneficiar 572 familias. Ya se había hecho con la finca de Nico y Cuco Vanoy y otras 2500 en San Sebastián, Magdalena; 50 mil has en un mes, dice un Petro rebosante de entusiasmo.

“Tierras para la reconciliación” se llama al evento que va acompañado de videos que reproduce en su cuenta X de campesinos abriendo cercas a las carreras tras la tierra prometida mientras recuerda en otro trino el “A desalambrar” de los años 70 que animó tantas tomas. Pero, ¿y qué queda, más allá de este ejercicio cargado de simbolismo que alimenta un activismo desbocado que poco contribuye a la reconciliación de los colombianos que tanto cacarea?