“Tengo un tema buenísimo”. Lo decía decenas de veces, en esa sala de redacción de la Carrera Segunda con Calle 24, del barrio San Nicolas, por la que han pasado tantas y tantos periodistas, y ella, entre las mejores. Era el sello personal de una reportera excelsa que, para vender sus historias, antecedía la frase, robaba una sonrisa y de inmediato, capturaba la atención para ofrecer la historia que y seguramente venía cocinando en su mente y sus apuntes.
Obsesiva, rigurosa, apasionada, intensa, exigente, irreverente, REPORTERA. Incapaz de publicar algo que no tuviese múltiples fuentes; o de hacer un trabajo sin ponerse toda en él, así no fuese de su querencia. Nunca quedó debiendo nada en sus reportajes, por el contrario, era famosa porque sus textos no cabían en la caja designada para ellos, y empezaba, con ello, la negociación para no desperdiciar la reportería, que tanto le costó. Incluso, inventaba nuevos usos a otros espacios de la página para poner allí algo de las muchas líneas que le quedaban por fuera: la ventana (texto con foto al lado del cabezote de la página), las breves (columna con noticias cortas), el destacado todo servía para ofrecer más información de su trabajo.
Hace unos años se jubiló de la sala de redacción de El País, a la que tantas horas le dio; no pudo despedirse como lo merecía, porque vino la pandemia y con ella la ausencia que nos guardó en casa y nos alejó del fervor de antaño, en esos lugares donde la vida de muchos transcurrió. Entonces, escribió un mensaje épico, en su muro de Facebook, recogiendo lo que guardaba en los cajones del último lugar que ocupó, en el corredor de las áreas de entretenimiento, diseño, comerciales y domingo, la sección en la que finalizó su vida laboral, trabajando de la mano de otra grande entre las grandes, Meryt Montiel Lugo.
Se fue, pero siempre regresó, en su rol de docente, premio a su sabiduría, del que se bendicen hoy decenas de estudiantes de la Universidad Antonio José Camacho, a los que lleva sagradamente para que conozcan cómo se construye un diario. Sus visitas son memorables, así como su presencia en las fiestas de fin de año y en los muchos encuentros con las amistades que le quedaron de sus 31 años de oficio, ¡Uf! se lee fácil, pero tres décadas de buen periodismo en el Valle del Cauca, hacen de ella toda una institución.
Esta semana, los Premios de Periodismo Alfonso Bonilla Aragón, de la Alcaldía de Cali, le otorgaron la medalla al mérito José Gers, por su trayectoria, por ser ejemplo para las nuevas generaciones. Y en un video proyectado en la gala se recordó una de sus grandes chivas periodísticas: develar todos los detalles de la historia de ‘la señora Amazonas’, en el reinado Nacional de Belleza de Cartagena, en 1993.
Esa noche, al finalizar la ceremonia, se dio un abrazo con Ángela, su madre, y le dijo cerquita, fuera de reflectores, que ese reconocimiento era gracias a ella, a su padre, a su familia. Qué bonito haber estado ahí, verlo, sonreír en el corazón y alegrarse por el logro de una mujer que ha sido una guerrera durante toda su vida, una gran madre para Angelita, pero sobre todas las cosas, una excelente persona.
Para quienes la conocemos, y hemos tenido el privilegio de aprender de ella y gozar de su amistad, fue tan grato saberla feliz y homenajeada, en esta etapa de su vida en la que luce radiante, con la suma de años de experiencia, siempre cálida, generosa. Sí, no hubo un momento para despedirte al concluir tu trasegar en El País, pero sabes que quienes te admiramos lo hacemos de manera genuina. Que las líneas de esta columna dominical, en el diario para el que tanto escribiste, sean también testimonio del legado de la gran periodista y maestra que eres. ¡Dios te bendiga, Alda Livey Mera Cobo! Gracias por honrar el mejor oficio del mundo.
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