No hay parranda que más alboroce mi espíritu que una feria del libro, suceda donde suceda. Caminar por entre millones de esos objetos que como cajas encierran vidas de seres contadas por ellos mismos o por testigos, aventuras y desventuras, viajes por el espacio y el tiempo, enseñanzas secretas, fantasías ultrasensibles, confesiones excomulgables, denuncias de cuellos blancos, es sentirse en el verdadero universo creado o convocado por la palabra.
Posar la mirada por todos esos tomos que uno ha leído, en las mismas o en diferentes ediciones o traducciones, y contemplar todos los que los más largos años de la vida no le hubieran permitido leer, es cosa de maravilla. A no ser que se abra el libro de los libros, o sea la Biblia, como me acaba de pasar al encontrarla en el cajón de la mesa de noche del hotel que me hospeda, y me dejan pasmado las profecías por cumplirse y las descripciones finales en ese libro que siempre había considerado como ficción que es el Apocalipsis. Hermanos lectores, parece que se nos está acabando el mundo. Esas guerras nucleares por las que tanto paríamos en los años 60 están reventando.
Vengo, reventando de orgullo y satisfacción, yo que me consideraba el Más Humilde del Universo, a presentar la edición del FCE de mi poesía completa “Mi reino por este mundo”, que comencé a escribir en los billares del barrio Obrero y terminé en el paraíso de Villa de Leyva.
De entre los libros encontrados hay tres que me están sorbiendo el seso: “El silencio del violonchelo”, de Vera Grabe. Mujer de armas tomar y de armas dejar. Autora de “La paz como revolución”, ahora dedicada por su cuenta a la educación para la paz a través de Paciculturas. En este libro del FCE, breve pero de inmenso tiraje, narra las intimidades de lo que fue el movimiento M-19 al que perteneció y fue figura principalísima, cómo se manejaban las relaciones interpersonales e incluso amorosas y qué se esperaba, además de la toma del poder, para arreglar definitivamente las deficiencias de un país atascado en la barbarie y la corrupción. “Compartir la lucha generaba magia y atracción, cotidianidades y complicidades que fácilmente se convertían en relaciones amorosas a la sombra de la clandestinidad”. La relación sin conocer el verdadero nombre del otro, ni los detalles de su vida y de sus misiones, para no correr el riesgo de delatarlo en una sesión de torturas. Sinceridad, coraje, atrevimiento y finalmente serenidad.
Rosario Caicedo, la más que hermana y casi tercera mano de Andrés Caicedo, repunta con “Las vidas de mis muertes”, libro que es prácticamente un diario de vida centrado en sí misma y en su familia, donde recrea con un lenguaje magistral apoyado en la sencillez poética de Prévert, episodios comunes pero a la vez sorprendentes, Ella, la expulsada de la familia por sus hermanas y un arrogante sobrino, que no tuvo empacho en destruir fragmentos de la obra de su tío legendario.
Sandro Romero Rey es otro personaje de la cuerda de Andrés Caicedo, alguien que ha rescatado y hecho posible la publicación de algunas de sus obras. Gran parte del rigor y talento y tenacidad de Andrés vive en él, como ha demostrado en su itinerario con el teatro, el cine y la literatura, en especial con la extraordinaria novela Anfiteatro, Consolación de la pornografía. Admirador desde siempre del director de teatro Seki Sano, que había sido invitado al país para la formación de actores ante la reciente puesta en marcha de la televisión. Fue maestro de los grandes maestros de nuestro teatro, pero de pronto fue expulsado del país por Rojas Pinilla, ante la anónima acusación de que se trataba de un espía comunista. Alguien le dijo un día a Sandro, recién instalado en Bogotá y viendo que algunos grupos le sacaban el cuerpo de su tío, el también director de teatro Bernardo Romero Lozano, quien había acusado al maestro japonés. Impactado e incrédulo, resolvió hacer una rigurosa investigación sobre el personaje y de allí sale esta prodigiosa historia “¿Qué pasó con Seki Sano?”.