Frente a un hecho que nos parece increíble, los tulueños soltamos una frase que le niega todo asomo de veracidad, y que es la que empleo como título de esta nota.

En Colombia últimamente hemos dado en la flor de negar cosas que están a la vista de todo el mundo, o, en el mejor de los casos, asumir que eran desconocidas por quienes pueden resultar perjudicados por ser actores de esos acontecimientos.

Como buen hijo de Tuluá, debo decir que a mí no me vengan con el cuentazo de que la cúpula del Grupo Aval y de su filial Corficolombiana, no sabía que esta financiera hubiera participado en la coima de US $6.500.000 que Odebrecht, Episol y Solarte & Cia., socios de Ruta del Sol 2, habían dado al viceministro de Transporte Gabriel García Morales, y que el único responsable de ese entuerto es José Elías Melo, entonces presidente de Corficolombiana. Episol, con el 33%, pertenece al mismo grupo.

A mí no me vengan con que un funcionario como José Elías Melo, así tuviera amplias facultades dispositivas previstas en los estatutos, iba a soltar motu proprio la autorización a Odebrecht para dar tamaño obsequio.

Pienso que Melo no se hubiese atrevido a autorizar ese desembolso, así se tratara de una obra de misericordia bendecida por el papa Francisco. Eso es una bulla de plata e implicaba meter a Corficolombiana, dueña de Episol, en un soborno, que está elevado a delito en el Código Penal, y que le costó a Melo una sentencia de 11 años de cárcel, que hoy purga en La Picota de Bogotá.

A mí no me vengan con que unos cerebros tan avisados como los de Luis Carlos Sarmiento Ángulo y su hijo Luis Carlos Sarmiento Gutiérrez ni idea tuvieron de que su subalterno se tomaba la libertad de ponerlos en semejante aprieto, que ya alcanzó dimensiones internacionales porque como el Grupo Aval cotiza en la Bolsa de Nueva York, el Departamento de Justicia y la Securities and Exchange Commission -ECS– de Estados Unidos le impusieron al Grupo Aval/Corficolombiana una multa de 80 millones de dólares, luego de que los investigados admitieran haber participado en el soborno a funcionario público colombiano para que se les adjudicara jugoso contrato de infraestructura.

En 2013, Jorge Enrique Pizano, ‘controller’ de Ruta del Sol 2, adjudicataria del contrato, advirtió a sus patronos que se hacían contratos ficticios para desviar dineros destinados a comprar conciencias perversas. Nadie le paró bolas. Acudió al abogado del grupo, el tenebroso Néstor Humberto Martínez, y este se hizo el de las gafas. Y cuando Martínez fue elegido Fiscal General de la Nación, Pizano volvió a contarle lo que sabía y el investigador mayor siguió haciéndose el de las gafas.

Pizano y su hijo Alejandro fallecieron trágicamente. Ojalá algún día sepamos quiénes estuvieron detrás de esas dolorosas muertes, por las que ahora hija y hermana de las víctimas lucha para que se haga justicia.

A mí no me vengan con que una sanción impuesta a una empresa nacional por entes norteamericanos consistente en multa cuantiosa no tenga consecuencias en Colombia. Ambas agencias gringas deben enviar las pruebas de cargo para que aquí se adelanten las investigaciones de rigor.

Edipo sin saber que era su padre, mató a Layo, rey de Tebas, y también sin saberlo casó con su madre Yocasta. Pero el personaje de Sófocles al enterarse de lo que había hecho, se sacó los ojos y salió para siempre de Tebas. Ojalá sirviera de ejemplo.