No confrontar los problemas los perpetúa.
Los conflictos interpersonales se agravan y se perpetúan cuando una persona no quiere ver la realidad y tiene como prioridad evitar su propio sufrimiento por no incomodarse.
Pretender ignorar la realidad, lejos de solucionar los problemas, los agrava y termina siendo el mayor responsable del sufrimiento. Muchos estudios han confirmado que no hablar con claridad y profundidad sobre temas espinosos para evitar situaciones molestas, tiene consecuencias emocionales y físicas muy negativas en el largo plazo.
Lo que muchas personas intentan hacer es evitar conversaciones sobre secretos inconfesables, diferencias irreconciliables o resentimientos sepultados a medias que se ocultan por años. La realidad es que esas historias siempre están ahí, y no discutirlas en lugar de reducir el sufrimiento, socava la estabilidad. Ese silencio se manifiesta en forma de problemas emocionales variados y síntomas o trastornos físicos de todos los sistemas orgánicos.
Confrontar es doloroso y la reacción automática, por demás comprensible, es a evitar ese dolor. De hecho, es la función de los mecanismos de defensa del Yo. Pero la utilización de mecanismos de defensa poco saludables como la negación o la proyección (“yo no tengo ese problema; el problema eres tú”), determina la visión distorsionada de la realidad. Y tal circunstancia afecta profundamente la salud mental de las personas y las relaciones con los demás.
La rigidez con la cual la persona se adhiere a sus propias opiniones sobre determinadas situaciones (sus historias) agrava el conflicto, exacerba el rencor y la sensación de injusticia. No es el hecho en sí mismo, sino nuestros propios pensamientos, sesgos, juicios y distorsiones personales lo que perpetúa estas historias.
Para discutir un tema difícil o doloroso, es preferible escoger un momento oportuno cuando las partes estén abiertas a la comunicación. Traer temas difíciles a colación cuando las partes están irritadas o cuando hay otros conflictos vivos, puede ser contraproducente. Si esta situación no se maneja con tacto, puede aumentar la polarización o crear la sensación de que no hay vuelta atrás.
¿Cómo resolver este impasse?
Asegurándole a la contraparte que:
*Yo quiero escucharlo/a.
*Lo que más deseo es su felicidad y tranquilidad.
*Puedo estar en desacuerdo con él/ella, pero que respeto su punto de vista.
*La intención no es irritarla sino llegar al fondo de las cosas para poner correctivos saludables y no seguir arrastrando viejas rencillas.
*Estoy dispuesto a revisar mis propios sesgos y a aceptar mis errores.
*Voy a hacer un esfuerzo para ponerme en sus zapatos.
*Al tener valores fundamentales similares, probablemente el conflicto es más de forma que de fondo.
*Y lo más importante, que la valoro y la quiero.