En todo lo que se ha dicho, escrito y publicado sobre el accidente del Titán, hay un hecho que me parece importante destacar, porque no tiene que ver con la fortuna de los viajeros, ni con el deseo de aventura de sus protagonistas, no se conecta con el costo del viaje, ni tiene relación con lo estrambótico de la expedición. Pero sí tiene que ver con un hecho cotidiano que puede suceder (aún más) en la gran mayoría de hogares y familias del planeta. El que un hijo o una hija deba ‘obedecer’ a sus padres cuando su deseo es totalmente contrario. Pero, claro, por ser el día del padre, por el chantaje afectivo de que era el deseo del adulto, el joven se montó en ese submarino y acompañó a su papá. Pagando un precio excesivo: con su propia vida cuando él no quería. Cuando el muchacho tenía miedo, cuando se resistía a hacerlo…pero claro pudo la presión social, afectiva, comprometida para hacer lo que el ‘grande’ deseaba.
¿Conoce alguna historia como esta? Aún más, ¿ha sido protagonista de algo parecido como actor en cualquiera de los dos lados, el que presiona por la compañía o el que se resiste a acompañar? El afecto matizado con manipulación, compromiso, culpa o cobro emocional produce un cataclismo interior, donde en más de una ocasión se termina yendo en contravía del inquilino interior, al único que nunca debiéramos traicionar. Pero son tan fuertes los enredos emocionales cuando la culpa se entromete en la mitad de las relaciones, que por complacer al otro nos traicionamos a nosotros mismos. Y entonces ya son dos contra mí: el que pide el favor y yo misma. Resultado, pérdida total de la seguridad y la autoestima.
Se dirán, bueno, murió complaciendo al papá y al diablo la autoestima. Pero como la vida es un colegio donde todo tiene que ver con todo, donde todos aprendemos de todos, lo importante es revisar qué tanto en familia ‘obligo’, presiono, manipulo para que mis hijos grandes hagan lo que yo deseo, a pesar de toda la carreta que pude venderles diciéndoles que los eduqué para que volaran no para que se quedaran pegados. Estoy hablando de hijos mayores no de niños ni adolescentes. Entonces, presionar, manipular, victimizarme, pueden ser las herramientas con las que busco “salirme con la mía”. Porque no hay presión más fuerte que la victimización de unos padres deseando que sus hijos complazcan el deseo paterno. Profesión, pareja, amigos, oficios, deporte, responsabilidad… tantas cosas en que papá y mamá creen que sus hijos son una prolongación de sus vidas. Lo que en plata blanca significa que el ‘retoño’ arrastrará frustración, rencor, rabia, desencanto. “Soy lo que él quería que fuera y ni siquiera sé quién soy yo”.
Los hijos no son bastones, ni deben ser concebidos para que satisfagan mis deseos o para que reparen aquello que yo como persona, no pude realizar. Es un ejercicio difícil de practicar pero básico en el proceso de educación de los hijos. Claro, para ello debo tener intereses propios y mis hijos no pueden convertirse en ‘la razón’ de la vida. El secuestro emocional es tenaz cuando el afecto se convierte en una cuenta de cobro. El muchacho aterrorizado vivió para complacer a su padre y no tuvo la opción de tener vida propia, esa sí, la mejor herencia que podemos dejarles a nuestros hijos. ¿Tiene hijos ‘obedientes’?