Hay escenas de la vida real que parecen la representación de una novela sobre un mundo futuro deshumanizado e indeseable. Presenciamos la aparición de dos figuras exultantes, como una sola cabeza de la nueva política gubernamental norteamericana, que con la mayor prepotencia y descaro posible, enseñaron su garrote y desprecio hacia naciones y personas.

A tal punto que una de ellas, el presidente Donald Trump, insulta a quienes osan cruzar la frontera en busca de trabajo para su subsistencia, sin resquemor por el hecho de que su abuelo alemán también fue inmigrante en los EE. UU. y ese es su origen. La otra figura, el ultra-rico dueño de X, SpaceX y Tesla, Elon Musk, se asemeja al Gran Hermano de la distópica obra ‘1984′, de Orson Welles, llevada al cine, cuyo ojo vigila desde las telepantallas que hay en todo lugar.

En una simbiosis de política, dinero y tecnología, en que el lucro es principio y fin de todas las cosas, expanden su dominio sobre la faz de la tierra. Trump con cinismo va por acuerdos sobre las tierras raras de Ucrania para la explotación, y por proyectos inmobiliarios tipo resort en la Franja de Gaza que ofenden, so pretexto de la paz y la reconstrucción de países devastados y en crisis, condiciones que aprovecharán los negociadores. También en la mira están Canadá, Groenlandia y Panamá por sus valiosos recursos y el canal.

Según la publicación del Consultorio Ético de la Fundación Gabo (18-02-2025) quieren implantar un ‘feudalismo tecnológico moderno’. Entre los adeptos a la ultraderecha de Trump, añade, el polo de riqueza y tecnología lo encarna Musk, que avanza sin contrapeso apoderándose de datos sensibles de Estados Unidos, otros países y organizaciones mundiales. Esto supone una cantidad de información privilegiada, potenciales conflictos de interés y competencia desleal ante los negocios de Musk con EE. UU., y demás.

Las redes sociales como X se alimentan de la información personal de miles de millones de usuarios, y gracias a los algoritmos pueden definir qué temas mostrarles y utilizarlas como herramienta de propaganda para influir sobre ellos o desinformarles generando contenidos falsos y realistas en segundos. Hay un inmenso riesgo de manipulación para fines privados o políticos mientras falte la ética y una regulación a la gestión.

Los grandes y pequeños relatos del liberalismo, socialismo, comunismo, cristianismo o de la contracultura y posmodernos, no logran impedir la acción de un enemigo virtual, ni de gobernantes de naciones con ímpetus expansionistas, invasores o genocidas de izquierda, de derecha o de nada. Putin, Netanyahu o el grupo Hamás son prueba del fracaso de la lucha contra el flagelo de la guerra y la defensa de la democracia.

Ocurre con las ideologías que tras una narrativa para la solución total a los males de la sociedad, tensan tanto sus consignas que polarizan y llevan al surgimiento de líderes radicales y autoritarios, producto de un inmenso ego que a muchos les gusta y perciben como salvadores capaces de decisiones extremas, sin medir las consecuencias.

Mientras Europa enfrenta el peligro que representa Putin como nuevo amigo de Trump y la amenaza de este de salir de la Otan, EE. UU., Rusia e Israel a voluntad de sus brutales mandatarios, se aprestan a definir el futuro de países y poblaciones sin el debido respeto a su derecho a la autodeterminación. Es un adiós al ideal de un mundo justo.