“No nos critiquen tanto. Nadie sabe lo que uno debe pasar para llegar. La realidad es que Colombia ha carecido históricamente de la preparación adecuada debido a la falta de recursos”, dijo Lina Licona, con lágrimas de tristeza después de su competencia en los 400 mts en París. Sus palabras revelan el sacrificio y las dificultades que enfrentan nuestros deportistas.
En un país donde los diplomas olímpicos a menudo se minimizan y los logros se desestiman, es vital recordar lo que realmente se necesita para alcanzar esos niveles: un esfuerzo monumental, una dedicación sin límites y una resiliencia frente a la falta de oportunidades. Nuestros deportistas nos han dado un ejemplo de templanza con o sin medallas. Cada historia de lucha y sacrificio es conmovedora, no solo por la emoción de verlos triunfar y alzar nuestra bandera, sino también porque entendemos el esfuerzo y el trabajo que han puesto para llegar allí.
Yeison López, desplazado por la violencia a los 11 años, pasó de vender dulces para completar el pasaje del bus, a convertirse en medallista olímpico. Sus lágrimas conmovieron a todos, mostrando su coraje y la satisfacción de que todo su esfuerzo valió la pena. Esa medalla es mucho más que un simple premio; es una oportunidad para ayudar a su familia, a su madre, una mujer valiente de Istmina, Chocó, que, como muchas colombianas, ha sacado adelante a sus ocho hijos a pesar de las adversidades.
Llegar a las Olimpiadas es un logro monumental. Nuestros deportistas enfrentan desafíos desde el inicio de sus carreras. La falta de recursos, instalaciones adecuadas y apoyo institucional son barreras constantes. Muchos entrenan en condiciones adversas, sin el equipamiento necesario ni el acceso a profesionales que puedan guiarlos en su desarrollo físico y mental. A pesar de esto, logran destacarse a nivel mundial, demostrando su dedicación y resiliencia.
Imaginen un futuro en el que Turbo e Istmina estén llenos de centros deportivos equipados con nutricionistas, psicólogos, deportólogos y licenciados en educación física. Este enfoque no solo formaría grandes deportistas, sino que ayudaría a combatir problemas como el hambre, que afecta a nuestros atletas. Una alimentación adecuada es crucial para desarrollar su potencial,y alejaría a niños y jóvenes de las calles, de los grupos al margen de la ley, de la trata, de las drogas y de la explotación.
En un país que habla de paz, debemos reconocer que existen herramientas efectivas para alcanzarla, siendo el deporte de las más poderosas. Ofrecer espacios seguros y de desarrollo a través de actividades deportivas nos permite construir un auténtico laboratorio de paz. En Colombia, diversas iniciativas han demostrado cómo el deporte puede transformar vidas y comunidades, proporcionando refugio a niños y jóvenes y protegiéndolos incluso de sus hogares. No se trata de premiar jóvenes para que no delincan, sino de brindarles oportunidades.
La creación del Ministerio del Deporte no ha cumplido con su propósito. En lugar de ser un verdadero apoyo, ha estado marcado por escándalos de corrupción y derroche de recursos que solo benefician a políticos y no a deportistas. Lo que se requiere es que esta entidad desarrolle una estrategia robusta que articule a todos los actores con el objetivo de convertirnos en una potencia deportiva.
El deporte no es solo una competencia; es un camino hacia la paz y el desarrollo social. Nelson Mandela lo entendió cuando usó el rugby para unificar a Sudáfrica.
Si realmente queremos ser competitivos, debemos invertir en nuestros jóvenes y en sus talentos. Con esto, no tendríamos que estar rogando a los terroristas que dejen las armas ni regalándoles curules en el Congreso. Invertir en el deporte sería el proceso de paz más exitoso del mundo. Invito a todos los gobiernos, desde el nacional hasta el municipal, a invertir en el deporte como una herramienta de transformación social.