Cada día crece más en el mundo la decisión de reducir la dependencia de los combustibles fósiles y mitigar el cambio climático. Es por esto que la energía solar ha surgido como una alternativa limpia y sostenible que, además de ser inagotable, reduce las emisiones de gases efecto invernadero. En Colombia, dada la abundante radiación solar, sin duda es una fuente de energía renovable que debe ser aprovechada.

Pero no todo lo que está a su alrededor es color rosa. La expansión de los parques solares ha generado un debate sobre su impacto en la agricultura, especialmente en regiones donde la tierra es un recurso valioso para la producción de alimentos y la generación de energía.

En países como España e Italia, donde se ha apostado de forma masiva a los proyectos de generación eléctrica a través de paneles solares, son muchas las comunidades que han alertado sobre un corto circuito, por lo que los hacedores de política han decidido proteger el suelo y evitar la desertización de las tierras fértiles a través de modificaciones en la política pública.

En esas latitudes, WWF ha reclamado que las zonas protegidas y de alto valor agrario sean excluidas de forma vinculante del desarrollo de las renovables, pues hay ‘espacio de sobra’ en el territorio urbano y en áreas de menor sensibilidad ambiental para obtener toda la energía que hace falta.

En Colombia, las alertas se han registrado con mayor tenor en Córdoba que, por sus condiciones climáticas y por su geografía privilegiada, se ha vuelto líder en parques solares, eólicos y otras iniciativas de energía renovable.

El MinAmbiente ha indicado que es preocupante que grandes extensiones de tierras productivas se usen para granjas solares en detrimento de la agricultura y ha instado a que se armonicen los proyectos de energías limpias con la actividad agrícola, para evitar conflictos por el uso del suelo.

En el Valle del Cauca se han instalado o se proyectan instalar paneles solares en cerca de 2000 has. Antes, esos terrenos tenían vocación agropecuaria.

Es crucial que esta instalación se realice de manera planificada, identificando las áreas más adecuadas para el desarrollo de energías renovables y aquellas donde debe preservarse la agricultura, asegurando así un crecimiento equilibrado de ambos sectores.

La instalación de parques solares en suelos rurales, si no se gestiona adecuadamente, puede desplazar a agricultores y trabajadores rurales, obligándolos a migrar a las ciudades, lo cual despoja al campo de su población y fuerza laboral, y amenaza la sostenibilidad y el futuro de la ruralidad.

No nos debemos asustar o frenar esas tecnologías, sino plantear cómo pueden generar beneficios al mundo rural y a las actividades que ya existen en el campo, para catapultar efectos que impulsen la eficiencia, modernización y competitividad del sector agrícola en Colombia.

El objetivo es avanzar en tecnologías más limpias, sin que sean competencia. De hecho, muchas materias primas agrícolas hoy son fuente de producción de energías renovables a la par que son fuente de alimentos. El conflicto surge cuando la tierra que podría utilizarse para la agricultura compite con otros usos.

Para que “se conviertan en amigas y no en rivales”, es crucial encontrar un equilibrio. Implementar políticas públicas que promuevan la integración de la energía solar con la agricultura, que consideren el impacto social y económico en las zonas rurales, de manera que no se comprometa el bienestar y la estabilidad de estas áreas.

Asimismo, los municipios deben considerar, entre otros, a los Planes de Ordenamiento Territorial como una herramienta clave para ordenar el territorio y desarrollar soluciones innovadoras que permitan a ambos sectores coexistir y prosperar, contribuyendo así a un futuro más sostenible.