El mundo ha tenido que conocer gobernantes aquejados por el ‘síndrome de Hybris’, descrito por la escritora española Irene Vallejo (Alguien habló de nosotros), como una pasión inspirada en la diosa de la obcecación de la cual adolecen políticos, debido al éxito y los halagos de su círculo cercano. Son síntomas, según refiere ella, el alejamiento de la realidad, exceso de confianza, lenguaje mesiánico y convencimiento de estar en la senda de la verdad.
Gran parte de los ciudadanos se ha percatado de actitudes en el gobierno de Gustavo Petro semejantes a las de dicho padecimiento, dado el rosario de desatinos e inexactitudes incomprensibles por cuenta de la personalidad del ejecutivo y sus adeptos en arrogante populismo. En lugar de tender puentes para el entendimiento, se radicaliza en sus posiciones y confronta sectores de la sociedad e instituciones, en medio de una deficiente y deshilvanada administración del Estado.
Era de esperarse que una reacción a ese estado de cosas se reflejara en las recientes elecciones regionales, y que las grandes triunfadoras fueran la sensatez y la moderación, a juzgar por el resultado en las urnas que produjo un cambio de colores en el mapa político; aunque el mandatario y voceros del Pacto Histórico fieles a su negación de lo evidente, hagan malabares para matizar su revés.
La desazón e incertidumbre alejó a los electores de los extremos, moviendo el péndulo hacia el centro, como se aprecia en especial en la elección de los alcaldes de Cali, Medellín y Bogotá. Una decisión en la que también jugó a favor de los elegidos su comprobado desempeño personal y profesional, el buen juicio en sus planteamientos y la sincera vocación de servicio a sus ciudades. Han llegado en un momento propicio para devolvernos la esperanza.
Tal vez lo más delicado y riesgoso para la suerte de la Nación tiene que ver con la incapacidad de autocrítica del ejecutivo que no le permite reconocer errores, le basta con poner el espejo retrovisor. Por el contrario, se obsesiona con su objetivo, así vaya en distinta dirección a la del sentido común y a razones de peso. Hay asuntos cruciales como los relativos a la salud, el sistema energético, la seguridad pública, que requieren evaluaciones profundas y soluciones de fondo.
Las propuestas de cambio se han enfrentado a la dificultad de precisión acerca de lo que realmente lo requiere, y de la forma cómo se ejecutarán para que sean viables y no afecten los intereses del país o los derechos de los ciudadanos. Mucho debido a la falta de disposición del gobierno de escuchar y evaluar sin empecinamiento. La hoja de ruta y la certeza en la factibilidad de las reformas es tarea indispensable tanto del gobierno nacional en sus iniciativas, como del Congreso de la República y sus miembros durante los debates y decisiones.
No sea que suceda por insensatez e imprevisión lo que ocurrió en el Congreso de Ratones en la fábula de Félix María Samaniego, que ante la amenaza del Miaugato, se reunieron en Ratópolis, y el elocuente Roequeso propuso ponerle el cascabel al gato, pues con su ruido escaparían de la muerte. Aprobaron uno a uno y vino la pregunta, ¿quién lo va a ejecutar? Por obvias razones, ningún ratón se prestó para ello. “El concejo se acabó como muchos en el mundo. Proponen un proyecto sin segundo; lo aprueban; hacen otro. ¡Qué portento! Pero, ¿la ejecución? Ahí está el cuento”.