Trescientos mil hombres entrenados y el gasto de un trillón (US) de dólares, se desmoronan como castillo de polvo afgano en pocos días. Los principales protagonistas se pasan, en círculo, la papa caliente de la culpa. Muchas aterradas mujeres buscan veneno para no tener que tolerar el oprobio del régimen Talibán.

Solo los cándidos les creen que vienen con una versión más ‘light’ de su absurda y criminal interpretación del Islam. Ya mataron a culatazos a una viuda, delante de sus cuatro hijas, porque se atrevió a desobedecer sus designios y en estos días van muchos otros asesinatos documentados.

Conocí de primera línea lo que significa para la mujer la no muy distinta versión wahhabi de los saudíes. El indignante atropello a todos los derechos de la mujer, que no puede estudiar, no se puede mover, no puede decidir, con el pretexto de que solo así es protegida y respetada.

La más aberrante restricción a la libertad de la mitad de la población. Condenadas a pasar la vida como bultos negros anónimos y amorfos, embrutecidas por la ignorancia y el aislamiento, pierden hasta el sentido de humanidad.

No son convincentes los análisis y explicaciones que por estos días pululan. Cuatro años conviviendo con el Islam radical, me dan elementos para pensar que la explicación más sólida está en los vericuetos de la mente.

Los americanos dieron entrenamiento técnico militar. Los equiparon y les enseñaron estrategia de batalla. Pero les respetaron sus creencias y religión, siguiendo una tradición muy americana.

Mientras los Talibán trabajan pacientemente moldeando los cerebros, inculcando la Sharía y el odio a los infieles, en el otro lado, el de los americanos, les enseñaban a armar una ametralladora o calcular la trayectoria de un misil. Sus fundamentos ideológicos no cambiaron y cuando llegó la hora, tiraron las armas y cambiaron sus uniformes, al no entender para qué iban a pelear.

No es muy forzado hacer un símil con lo que ha pasado y sigue ocurriendo cada vez más en Colombia. El sistema educativo entrega armas técnicas y profesionales. Pero poco es el esfuerzo y tiempo invertido en enseñar los valores de democracia, libertad, responsabilidad, propiedad y bien común.

Y tenemos unos fanáticos ‘talibanes’ que, paciente y disciplinadamente, complementan con su sesgo la educación. Han logrado diseminar en la juventud una diatriba ideológica de odio, explotación y lucha de clases, que combinada con la dosis apropiada de violencia pueden derrumbar como castillo de hojarasca a nuestra democracia. Así, respetando las ideas, empoderamos a quienes aspiran asfixiar la libertad.

Significa tanto perderla, que los hemos visto morir pretendiendo colgarse de los aviones para escapar del horror. Va a ser muy valioso oír a los que, con orgullo humanitario, vamos a recibir.

Hace 20 años, con la invasión de Afganistán, salí de Arabia huyéndole a la violencia que se veía venir, convencido que al menos la mujer sí iba a vivir momentos mejores. Pero millones siguen sometidas, abusadas y sin libertad, para vergüenza del mundo libre.

El valor y la resiliencia que tantas están mostrando, son un campanazo para los que piensan que la libertad es negociable y puede entregarse a cambio de imaginarios paraísos de un nuevo orden.