Nadie, en este valle de lágrimas, puede extrañarse que hayan sido precisamente los Narcisos más morbosos quienes salieron a darse palmaditas con Putin.
Es absolutamente inconcebible que a estas alturas del relativo orden mundial, pueda existir un personaje que decida, por las razones que sean, que es legítimo arrasar un país y masacrar su población. Supera los límites de la repugnancia que salgan los psicópatas del mundo a respaldarlo.
Los regímenes y visiones totalitarias han encontrado identidad. Muy cerca de ‘Danielito’ y ‘Madurote’, se ubica nuestro tirano en ciernes, relativizando y justificando los horrendos bombardeos y matanzas de los invasores. Todos son capaces de autocondecorarse como adalides de la paz, mientras los primeros mandan a reprimir, asesinar y encarcelar a todo aquel que levante la voz para criticarlos, y el segundo promueve protestas que invariablemente terminan en muerte y destrucción.
La severidad del trastorno mental es evidente porque supera incluso las diferencias ideológicas. De hecho, es posible afirmar que los Narcisos extremos que nos ocupan, carecen de cualquier ideología. Lo único que los guía es su gloria personal y su arrogancia. Se identifican con otros que parecen estar en orillas muy distintas del pensamiento, pero comparten ese afán de importancia, grandeza y talento sociopático que los faculta para irrespetar la vida y las reglas de convivencia. Por eso personajes como Trump y nuestro exitoso proyecto de dictador, se hermanan con la P de Putin en el autoritarismo y la agresión y son capaces de alinearse con la cruel escabechina orquestada por el nuevo Zar.
Para el súper-ego no hay límites. Donald llegó a enardecer a una muchedumbre que pretendía linchar a los senadores que le iban a ‘robar’ su permanencia en el poder.
¿Cómo es posible que una humanidad que reconoce como valores la verdad, la amabilidad, la compasión y la bondad, produzca de manera tan silvestre estos siniestros personajes y nos terminen dominando? Lo explica muy bien Brian Klass en su libro ‘Corruptible’. Casi todos tienen habilidades maquiavélicas extraordinarias. Son capaces de crear una realidad alternativa a la que ingresan sus aturdidos admiradores. Su discurso es encantador porque son magníficos actores y son capaces de asumir el papel que cada audiencia admira, generando un efecto embriagante que desborda cualquier análisis racional.
Pero, ¿cómo es posible que la historia se repita con tanta ignominia, y haya tantos que caen en el engaño? Klass lo rastrea al instinto de supervivencia que llevó al humano primitivo a admirar al ‘hombre fuerte’ y someterse a sus designios, para obtener protección. Así evolucionamos a Jefe, Rey y Presidente.
Si la democracia es imperfecta y con fallas y se logra diseminar el pesimismo, se crea en la sociedad una sensación de desprotección de la que solo se sale con un cambio drástico. Surge el gran Narciso quien ha venido preparándose, rodeado por su corte de devotos. Con paciencia y disciplina va construyendo el régimen totalitario, con la valiosa ayuda de sus pares que le enseñarán todos los preceptos del despotismo. Narcisos Inc. va tomando visos de gran corporación multinacional.