Las encuestas electorales se volvieron como el pan. Se hacen en todas partes y las hay de todos los estilos y sabores. Son más o menos confiables en las democracias reales, donde empresas expertas diseñan el muestreo con todo rigor.
Es fácil asumir que el candidato que lleva 5 años en campaña, criticando, denunciando con virginal dedo acusador todo lo malo y adhiriendo o estimulando cuanta protesta brota, sin importar el motivo, tenía que ser el favorito. Además los medios han hecho el mismo oficio que hicieron con Trump y tantos otros que han resultado elegidos, por ser los que más suenan. “Que hablen bien o mal, pero que hablen”, es la fórmula de éxito y la trampa en la que caen todos.
Al atacarlo, publicando nombre y foto lo terminan haciendo muy popular, y la recordación pesa a la hora de marcar el papelito. Pero, ¿ser favorito en las encuestas lo convierte en ganador? Si fuese así, no habría que hacer elecciones. Tener el 40%, significa que el 60% está en el otro lado.
Y claro, el hecho de ser favorito en una personalidad poco adornada por la humildad, ha hecho que la prepotencia lo lleve a él y sus seguidores a asumir que ya ganó y que las elecciones son una mera formalidad. Y ¡Ay! de que no salgan de acuerdo a sus designios. Ya dijo que la guerra de Siria se vería como un juego de niños en comparación con lo que pasaría aquí. Alentados, sus acuciosos servidores de la primera línea ya han hecho circular comunicados en los que anuncian que se harán sentir si el triunfo no es con el 70% en la primera vuelta.
Los vemos en las calles y puentes haciendo plantones con una frase muy diciente: “Defenderemos en la calle los resultados de las urnas”. Son capaces de exhibir un gran cartel, que demuestra su incoherencia.
¿Creen en los resultados de las urnas? Entonces quiere decir que respetan la democracia. Si ganan, no tienen que salir a defender nada en la calle. Y, ¿si pierden? Allí sí van a salir, pero no será a defender los resultados de las urnas. Son los mismos que en una estación del MÍO, quemada y destruida, pintaron con primor “cuidemos lo nuestro”.
La flagrante contradicción y el chantaje montado y auspiciado por el gran líder, debería ser motivo suficiente para que un Consejo Electoral, dictamine que un candidato que compite en esos términos, debe ser retirado. El primer requisito para que una persona participe en una justa democrática, es que se comprometa públicamente, en forma tajante y repetida, a aceptar los resultados de las urnas. Ninguna democracia puede tolerar ese juego tan descaradamente sucio. Ni siquiera la muy vapuleada del gran país del norte.
Si de validar y creer en las encuestas se trata, vale la pena la más reciente en la que se miden los problemas que más preocupan a los colombianos. En una gran mayoría, la principal es la economía, lo que está reflejando que muchos, por más que miren a la izquierda, tienen su temor oculto del desastre en que se puede convertir la economía.
Pero lo más diciente es que el 60% tiene la gran preocupación de ver a Colombia convertida en Venezuela, lo que va confirmando cuál es el porcentaje que no va a votar por el favorito de las encuestas.