Le pedí a chat GPT que escribiese documentos respaldando las falsas teorías conspiratorias que más diseminación tienen en las redes.
Fue lo suficientemente inteligente para informarme que no había sido programado para escribir sandeces y dio una razonable explicación basada en hechos.
Si un programa ‘artificial’ es capaz de comportarse inteligentemente, cabe la pregunta de por qué hay tanta gente que cree de forma ‘natural’ tanta tontería y la defiende con firmeza de fe religiosa.
Hay gran cantidad de seguidores de Putin preocupados por las razones ‘geopolíticas’ que amenazan la seguridad de la madre patria, justificando la ‘operación especial’ que ha arrasado media Ucrania generando muerte y sufrimiento indecible a un pueblo que solo quería libertad para definir su destino.
Están los MAGA fanáticos de Trump creyendo el cuento del fraude electoral, apoyando a los violentos que hicieron tambalear una tarde la democracia americana y canonizando a uno de los billonarios más tramposos que existen.
Están quienes escogieron ignorar la evidencia científica y prefirieron morir ahogados en las UCI, y los miles que siguen esperando el fin de la humanidad por los efectos secundarios de la vacuna. Y están los terraplanistas, cuyo líder se estrelló contra la redonda tierra al caer el cohete con el que iba a conseguir la prueba definitiva de su estulticia. Para mencionar solo unos pocos mundiales.
Y están quienes en Colombia creen y repiten sin cesar, variaciones alrededor de la historia de un país manejado por cinco familias de aristócratas que ocasionalmente le tiran monedas a un famélico pueblo, que debe salir a la calle a combatir, quemar, destruir y matar, como único recurso para una existencia digna.
Lo que ocurre es que el engaño no es ‘natural’. Quienes diseñan los algoritmos se basan en darle gusto al usuario, aplicando una distorsionada interpretación de la libertad.
Y si alguien disfruta consumiendo tonterías, los algoritmos lo llenarán de bobadas. Si busca mentiras, lo meterán en un mundo de ficciones. Si la visión de su entorno y el mundo son deprimentes, conocerá el apocalipsis. Si odia con pasión, le fluirá combustible para justificar su rencor y alimentar los actos de violencia.
El periodismo serio, que podría con hechos contrarrestar la tendencia, ha perdido credibilidad por culpa de unos cuantos que se acomodaron al poder político y económico, y ha perdido influencia, ante la avalancha de las redes sociales donde todos se sienten periodistas. La consecuencia es la proliferación de narrativas sin filtro que se diseminan como una peste viral, con la particularidad del sesgo programado: una vez se ‘clickea’ en la falacia, el algoritmo la seguirá inflando y llenando de primorosos adornos.
De esa manera, ‘fono sapiens’ quien cree de buena fe estar investigando y descubriendo una nueva verdad, llena su cerebro de entelequias, logrando incrementar con tan sofisticado artificio su incapacidad para discernir la realidad. Los sociólogos informáticos ya hablan de la ‘estupidez artificial’. Suena ofensivo, pero el éxito de la sinrazón indica que ha llegado el momento de exigir algoritmos inteligentes que eduquen, previniendo tanta destrucción y muerte.