Alemania, Francia y España fueron los primeros países que tomaron conciencia de la importancia que tiene para la continuidad de una comunidad, que ha pasado por una aguda situación de violencia, el retorno al pasado para elaborar lo sucedido.

En Alemania, en los años 1690, los nietos de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial no podían seguir viviendo tranquilos con el peso de la culpa por la hecatombe que desataron sus abuelos. En Francia, en los años 1970, el recuerdo de la traición de algunos ciudadanos de ese país, que se dedicaron a entregar judíos a los alemanes durante la ocupación o la historia de los horrores de la guerra de Argelia, se convirtieron en acuciante problema público que debía ser resuelto. En España, en los años 1980, varias generaciones que habían vivido bajo el franquismo, comenzaron a preguntarse por el significado de una época que había marcado sus vidas. Y otros países europeos siguieron por la misma vía.

En América Latina el proceso de transición hacia la democracia que se vive desde 1980 planteó la necesidad de identificar víctimas, descubrir responsables y elaborar el sentido de lo sucedido. En Argentina, la ‘Comisión nacional sobre la desaparición de personas’ (Conadep) produjo el célebre libro Nunca más en 1984 y en Chile la ‘Comisión nacional de verdad y reparación’, publicó en 1991 el Informe Rettig para denunciar los horrores de 17 años de dictadura. Comisiones de la verdad similares aparecieron en Perú, Guatemala, El Salvador, Brasil, Venezuela y muchos otros países, incluso emulando el nombre de la Comisión argentina.

En Colombia, donde “todo nos llega tarde, hasta la muerte”, como decía el poeta Julio Flórez, hubo que esperar hasta comienzos del Siglo XXI para que se conformara el ‘Grupo de memoria histórica’, (hoy Centro), entidad que ha publicado más de 80 libros sobre el conflicto -a pesar del extravío de los últimos cuatro años- y que en 2013 publicó el informe ‘¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, que representó un acontecimiento por la información que ofreció sobre el número de víctimas, desapariciones forzadas, masacres, secuestros, desplazamientos y demás aspectos del conflicto. Hoy contamos con el importante aporte de la ‘Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición’ (CEV) que lanzó un primer informe el 28 de junio y sigue publicando libros cada semana. La novedad del caso colombiano es que ahora contamos con una gran información sobre lo sucedido, sin que el conflicto haya terminado.

¿Tiene sentido volver la vista atrás a los horrores del pasado inmediato, revivir situaciones que deberían ser olvidadas? Muchos consideran que es mejor el ‘sano olvido’, para no abrir de nuevo las heridas. Otros, como los negacionistas del Holocausto o una columnista de El Tiempo, insisten en que aquí no ha pasado nada. Creo, por el contrario, que la única manera de evitar la repetición es tomar conciencia de lo sucedido, a través de las narraciones de las víctimas y de las imágenes del horror, para que podamos decir, como el padre De Roux, “¿Cómo fue que nos atrevimos a tanto?”. No hemos vivido en el país del ‘realismo mágico’ sino del “realismo atroz”, de acuerdo con acertada expresión de una amiga.

Invito a los lectores a visitar la página de la Comisión para consultar y discutir sin prejuicios los informes que hasta el momento se han presentado sobre las víctimas de las Farc, los paramilitares o grupos armados del Estado. Quince instituciones, entre ellas ocho universidades, convocan a partir del 11 de agosto a un evento quincenal para llevar a cabo ‘diálogos interdisciplinarios en torno al informe final de la CEV’, transmitidos por vía virtual. No se mitiga el horror con desconocerlo. Llegó la hora de la indignación con lo ocurrido y sus responsables. Reiteremos, parafraseando la expresión que encabeza el informe, que: “Sólo habrá futuro si hay verdad”.