El próximo domingo 14 junio se conmemoran los cien años de la muerte Max Weber, el más importante y emblemático sociólogo del siglo XX. ‘Economía y sociedad’, su libro principal, un mamotreto de 1400 páginas, fue escogido por los 2785 asistentes al XIV Congreso Mundial de Sociología de Montreal en 1998 como la obra sociológica más influyente del siglo.
Las condiciones de su muerte a la edad de 56 años, no están muy claras en las biografías, pero parece que la ‘grave infección pulmonar’ a la que se le atribuye tuvo mucho que ver con la ‘gripe española’ que causó más de 25 millones de muertos, tantos o más que la Primera Guerra Mundial. Pocos meses antes había participado en la redacción de la Constitución de la República de Weimar, el régimen político que imperó en Alemania hasta la llegada de Hitler al poder en 1933.
La gran preocupación de su vida fue la indagación por el origen del moderno capitalismo, un producto originario de occidente. En contraste con Marx, puso el énfasis en el papel desempeñado por el Estado en este proceso y en la ‘ética económica’ de las religiones. Weber hizo célebre una definición del Estado que hoy en día es ampliamente aceptada por tirios y troyanos y es un patrimonio de las ciencias sociales contemporáneas: “El Estado es aquella comunidad humana que reclama (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la violencia”.
En su obra ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’, uno de los textos más polémicos del mundo académico de los últimos cien años, el autor muestra la existencia de una ‘afinidad electiva’ entre la ética calvinista y un momento del desarrollo capitalista en el que el trabajo y el ahorro, a diferencia de lo que ocurre ahora, estaban a la orden del día.
Un dios arbitrario y excluyente había definido de antemano quiénes serían los salvados y quiénes los condenados y de esta manera había estimulado a sus fieles a buscar en el éxito en el trabajo la forma de corroborar si hacían parte de sus designios. Igualmente, en su afán por precisar las particularidades del mundo de Occidente en contraste con el Oriente, nos ha legado un estudio muy detallado de las llamadas ‘religiones universales’: el hinduismo, el budismo, el judaísmo y el confucionismo. Lo propio de nuestra civilización occidental es un ‘desencadenamiento del mundo’ como consecuencia de la ‘racionalización creciente’ de todas nuestras actividades desde la economía, la política y la religión, hasta el arte.
Sin embargo, la principal herencia práctica que nos ha legado Weber a los que trabajamos en ciencias sociales, es la propuesta de una nítida separación entre ciencia y política. No está dentro del ámbito de nuestra actividad la pretensión de indicarle a nadie en qué debe creer o por qué debe luchar. Pero sí podemos colaborar, de manera indirecta, con una posición crítica que ayude al político a entender qué quiere, cuáles son las consecuencias de sus actos, cuáles son los medios apropiados para alcanzar determinados fines, cuáles son los costos de dejar de lado otros objetivos. Los responsables de la columna Polémica en este periódico hemos querido convertir esta enseñanza del maestro alemán en el criterio fundamental para escribirlas.
Al lector no especialista en ciencias sociales le recomiendo la lectura de dos textos llamados ‘La ciencia como vocación’ y ‘La política como vocación’, recopilados en el libro ‘El político y el científico’ (disponible en formato de bolsillo) con la seguridad de que allí podrá encontrar elementos de reflexión que le permitirán comprender mejor nuestro mundo contemporáneo. La Universidad de Nariño está organizando para el día de hoy a las 10:00 de la mañana un foro sobre la actualidad de Max Weber con la participación de Gina Zabludovsky, de la Unam de México, María Celia Duek de la Universidad Nacional de Cuyo, de Mendoza Argentina y quien escribe esta columna, en representación de la Universidad del Valle. Están todos invitados en el link https://us02web.zoom.us/j/86444786778