La víspera de la elección de alcalde de Cali en octubre de 2019, al salir de un cine en Chipichape topé con una pareja del alto mundo social a la que pregunté si estaba lista a sufragar por Alejandro Eder. El varón calló como una ostra, pero la señora abrió los ojos como yo lo hago cuando mi mujer instila en mis cansinos ojos el colirio antiglaucoma, y con inspirado acento respondió: nosotros no votamos por ese comunista que con Juan Manuel Santos entregó el país a las Farc. Lo haremos por Roberto Ortiz.

Esa misma dama, dos años después, molesta por algo que escribí sobre un fascista aspirante presidencial del Centro Democrático, resolvió liderar una ‘firmatón’ para pedirle a este periódico que me sacara de la nómina de columnistas, pasando por alto la cordial amistad, vieja de años, que he tenido con su marido. Todo indica que no alcanzó el cometido, pues sigo en esta parcela que sirvo desde hace 47 años.

Esta anécdota me lleva a pensar que las duras críticas que ahora recibe Alejandro Eder por su gestión en el despacho principal del CAM, surgen de su misma clase social, que no le perdona su vocación por el servicio público y su denodado esfuerzo por conseguir que Colombia alcance algún día la esquiva paz.

Voté entonces por Eder, quien perdió con Jorge Iván Ospina, y lo hice de nuevo en 2023 cuando derrotó ampliamente al ‘Chontico’. Y ahí lo tenemos de primera autoridad municipal.

Alejandro Eder es un caso digno de estudio por los más avezados politólogos. Un hombre joven, casado con bella mujer, padre de progresiva chiquillería, y con billetera sin déficit, que no tuvo vacilación cuando el presidente Santos lo convocó para dirigir la Oficina de Reinserción de la guerrilla desmovilizada por el Acuerdo de La Habana, es increíble. Hay que escuchar de su boca lo que fueron los días iniciales en ese cargo, del que sabía cómo entrar, pero no sabía si saldría vivo del intento. Ojalá escribiera un libro en el que cuente lo que fue aquella etapa de su vida.

Dicen que el mundo es de los valientes, y creo que Eder es uno de ellos. Cuando ha podido dedicarse al ‘dolce far niente’ de los italianos, o sea no hacer nada y vivir de la renta, Alejandro se siente comprometido con la ciudad y con su gente, y asumió la alcaldía cuyas arcas estaban sin blanca. No había un peso en caja, con la olla raspada, como los trastos de los vulnerables, como ahora eufemísticamente se conoce a los pobres.

A sabiendas de lo que le esperaba, Eder afrontó el reto y está cumpliendo excelente administración, con la garantía de que en su tránsito oficial no se perderá un centavo. Él es un ciudadano ejemplar, incapaz de meter la mano al cajón del erario.

Cuando lo veo a tempranas horas visitando obras, cuidando que los contratistas cumplan bien lo que firmaron, y cuando veo tapados los miles de huecos en los que perdí llantas y tijeras; cuando lo veo en lejanas tierras buscando recursos; y cuando observo su juvenil estampa con su rostro sonriente, pienso que no me equivoqué en las dos veces que voté por él.

Supongo que Alejandro Eder tiene dentro de las neuronas cerebrales las ideas liberales que heredó de su abuelo don Harold Eder, y de su padre mi querido amigo Henry, que fueron el primero ministro y el segundo alcalde de Cali, ambos en representación del Partido Liberal.