El desorden que estamos viviendo en la ciudad, el estado de ánimo, la desesperanza, se reflejan en los índices de opinión que tiene el alcalde Ospina, el 71% de rechazo y solamente el 17% de aprobación, según la última encuesta de opinión de Invamer. No es de extrañar. La ciudad se encuentra al garete. La seguridad y la educación son deplorables. Hoy ocupamos un lugar secundario a nivel nacional, detrás de Bogotá, Medellín, y ahora también Barranquilla. En el pasado esto no era así, nos citaban como ejemplo a seguir entre las ciudades más populosas del país.

Lo ratifican el deterioro en el mantenimiento de las vías, los huecos o cráteres abundan, las deficiencias en la semaforización, la frecuente violación de las normas de tránsito, en especial por los motociclistas y los taxis, las gualas son una vergüenza. No existen andenes para los peatones, los pocos que existen están invadidos por vendedores estacionarios, amos del espacio público. Continuamos con los índices más altos de desempleo entre las ciudades más importantes del país.

Otra falencia importante fue que el alcalde, Ospina, no supo actuar con acierto y a tiempo para buscar soluciones de autosostenibilidad al transporte público, el MÍO, indispensable para la movilidad de la ciudadanía.

Ni para que continuar mencionando nuestras penurias. Se le reconoce el manejo acertado de la pandemia.

Cuando fue electo se sabía lo que nos iba a pasar. Jorge Iván Ospina es una de esas personas ávidas de poder, y el poder, como objetivo primario, corrompe. Profundizó la polarización entre sus habitantes.
Justificó la defenestración de uno de nuestros símbolos y se hizo el de la vista gorda en el paro que desembocó en una asonada. En el pasado decretó unas Megaobras con cuentas de servilleta, cobró la valorización y faltan no pocas por construir. Los recursos se agotaron, resultaron muy insuficientes. Se engañó a la ciudadanía. Nombró numerosos guardas cívicos sin objeto, para satisfacer apetitos burocráticos.

Se les debe pedir también cuentas a quienes lo apoyaron y financiaron su campaña, ellos también buscaban poder y beneficios. La culpa no es solo del elegido, también incurren sus patrocinadores y socios.

Ante este desolador panorama sucede lo natural. Ahora se presentan no pocos candidatos para la Alcaldía. Algunos aluden a la honestidad, una virtud que deben poseer todos los seres humanos. Además de un alcalde con principios necesitamos una persona competente, capaz de liderar.
Con la profunda convicción de servir a sus ciudadanos y no a sí mismo.

Una golondrina no hace verano. Se requiere un equipo de trabajo igualmente calificado, con las mismas condiciones de servir y no servirse. Además, acompañado de un Concejo Municipal calificado, constituido por personas igualmente competentes.

Se han postulados cerca de 25 candidatos aprovechando el rebote de una administración desprestigiada. Varios de ellos bien calificados. Aunque muchos se quedarán en el camino, subsiste el riesgo de que se atomicen los votos y volvamos a elegir a quien no tenga las condiciones para ejercer la Alcaldía. También depende de que la ciudadanía vote conscientemente y comprenda que, si le va bien a Cali, les va bien a todos; ricos y pobres, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres.
Elijamos a uno que nos devuelva el orgullo de vivir en Cali.