Leo con lágrimas en los ojos que Jorge Iván, mi amigo, esté autorizando la tumbada de la casa donde yo pasé mi infancia y mi juventud. Es una casa emblemática de la ciudad, en la Avenida Belalcázar que, así como Infivalle, la que fuera la casa de los Lloreda y junto con el Liceo Belalcázar quedan entre las pocas construcciones de esa época en el barrio Santa Teresita.
En la casa de Infivalle funcionó por muchos años el Museo de Historia Natural. Es una joya arquitectónica con un patio interior de ocho columnas y una fuente en el medio. La casa de al lado tiene una pared medianera donde recuerdo venían las águilas y los micos del museo a hacernos compañía mientras desayunábamos. No veo como podrían separar una casa de la otra; esta casa también es otra joya arquitectónica.
El balcón de las serenatas de la alcoba principal es idílico y en ese tiempo antes de que cubrieran el jardín con cemento había una veranera fucsia que le daba sombra. Hace algún tiempo en el 2014, celebrando una reunión familiar pedimos permiso para visitar la casa. Infortunadamente, las zonas verdes habían sido cubiertas con cemento pues como fue la moda a fines de siglo, todo lo que fuera verde y oliera a tierra era considerado insalubre.
Sé que por muchos años los diferentes dueños han tratado de convencer a concejales y alcaldes que esa casa, que siempre ha sido protegida como monumento de la ciudad, reciba el permiso para hacer un monstruoso edificio de quien sabe cuántos pisos y me duele que ahora muchos lustros más tarde estén a punto de lograrlo.
En la mayor parte de los países del mundo desarrollado, para hacer cualquier tipo de construcción o tumbar un edificio se consultan a los vecinos y se escuchan a todos aquellos que tengan alguna objeción para que se manifiesten. Llegan mínimo tres comunicados tanto escritos como por correo electrónico, donde se les informa a los vecinos de los planes ya sea de construcción o de demolición y se les da un plazo para manifestarse. Aquí en Santa Teresita no ha llegado nada y nos venimos a enterar porque Mario Fernando Prado en su columna de esta semana se dio cuenta de que iban a demoler la casa y que le parecía un exabrupto.
Como muchas de esas decisiones obedecen a acuerdos secretos o al resultado de procesos legales a menudo corruptos, donde ni siquiera las mismas autoridades municipales se enteran y no creo que Jorge Iván sea parte de esa desafortunada decisión, sería importante que la ciudadanía sepa a que obedece, que después de 60 años por fin se haya logrado el permiso de demolición. Si en 1960 ya planeación municipal consideraba que no era posible tumbar la casa de Infivalle ni la casa vecina, como es que ahora cuando es una reliquia si haya autorización para construir allí un edifico que sería un adefesio al lado de la elegante edificación de Infivalle.
Sigue en Twitter @Atadol