En las elecciones de octubre se define el destino de Cali. De los comicios tendría que surgir una ciudad nueva, como ha sucedido en otras capitales. Esto no se logra poniendo frente a nuestros destinos la misma clase de gobernantes, las mismas mañas que ahora desean volver.
Antes de que llegaran Rodrigo Guerrero y Maurice Armitage los tres gobiernos precedentes dejaron una impronta sombría. Recordarlo no es incitación al odio ni a la confrontación de clases. Con Jhon Maro se eliminó sin fórmula de juicio la alternativa más racional y económica en materia de transporte colectivo; también se hizo una reforma administrativa absurda. Apolinar en pase torpe e incomprensible, le cedió a una firma altamente cuestionada el manejo de nuestros impuestos.
Vendría luego Jorge Iván Ospina con unas megaobras mal concebidas y apenas medio ejecutadas, que hoy tienen en cobro judicial a infinidad de caleños. En su mandato también aparecieron escándalos relacionados con la ampliación del estadio, la contratación irregular de ex asesores electorales, y la pérdida de cuantiosos anticipos relacionados con obras del MIO en manos de una empresa israelí fantasma. Como resultado de estos avatares el rigor de los procedimientos judiciales y la sombra de la condena penal, flotan sobre el ex alcalde. El recuento anterior no incluye a los “Guardas Cívicos”, que al parecer sirvieron propósitos electorales y costaron miles de millones de pesos.
Al votar en las próximas elecciones debemos estar conscientes de que no se puede volver al pasado y por el contrario tenemos la oportunidad de dar un paso decisivo hacia adelante. Para eso necesitamos un gobernante transparente, comprometido con los más altos valores de la ética pública. Necesitamos un gobernante que no trance con la politiquería adicta a la mermelada, pero capaz de entender que hay protagonistas limpios de la política verdadera con los cuales es posible hacer causa común.
Merecemos un mandatario idóneo, experimentado en la administración eficiente de los recursos públicos. Merecemos un mandatario cuyo pasado sea conocido al detalle y cuyo ceñimiento a la ley en los negocios privados haya sido ejemplarizante. Merecemos un mandatario capaz de interactuar con el Estado central y atraer las oportunidades del mundo globalizado. Merecemos un mandatario que no nos llene de vergüenza en caso de prosperar los procedimientos penales y disciplinarios que lo involucran. Merecemos un mandatario comprometido con los acuciantes problemas ciudadanos en materia de protección social, seguridad, movilidad y empleo.
Pero aquí hemos estado viviendo la tragedia del facilismo, de la pérdida de la valentía y el coraje. Incluso hay dirigentes, empresarios y actores de la vida pública que ignoran el dictado de sus conciencias para proclamar que hay que votar por quienes “van ganando en las encuestas”. A quienes piensan de esa manera se les debe decir que están equivocados. Depende de todos nosotros, los ciudadanos, tomar el destino en nuestras manos para transformarlo. Así lo hicieron en Medellín y en varias ciudades al elegir excelentes alcaldes que aparecían rezagados en los sondeos.
Aún es posible actuar con visión de futuro y evitar que Cali vuelva atrás. Aún es posible pensar con grandeza como alguna vez supimos hacerlo.
¿Seremos capaces?
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