La agresión sufrida por la población caleña durante el paro de abril es repudiable, y no se puede ocultar que entre los principales protagonistas de la pesadilla estuvieron grupos indígenas venidos del Cauca para la ocasión.

El uso de la violencia por parte de moradores de los barrios del sur tampoco es aceptable y no debe repetirse. Pero es necesario revisar el contexto en el cual ocurrieron los hechos. Quienes reaccionaron no conformaban el clan retardatario y violento que sugiere el alcalde. Eran ciudadanos desesperados como la mayoría de caleños, quienes padecían desmanes y bloqueos criminales con todas sus consecuencias en materia de escasez de comida, imposibilidad de acceso a los servicios de salud; arrasamiento del transporte e infraestructura urbanos; amenazas al suministro de agua potable. Y quede claro que los principales afectados fueron los pobladores pobres, los que subsisten con su esfuerzo diario; los que no tienen medios ni audiencia para hacer conocer su desamparo.

Ahora bien, resulta ineludible una precisión: los pueblos indígenas en general están conformados por compatriotas pacíficos, respetuosos de la ley y poseedores de valiosas tradiciones culturales y espirituales. Lo usual en ellos ha sido tramitar sus reivindicaciones sociales en el diálogo, y su defensa del derecho a la vida merece solidaridad.

Sin embargo, algunas organizaciones ancestrales especialmente del Cauca se han radicalizado, vinculándose a propuestas populistas y practicando métodos reprobables de activismo. Esta actitud aupada por algunos sectores académicos e instituciones del Estado, hace inmenso daño a la imagen y perspectivas del propio proceso indígena.

Lo mencionado debe tenerse en cuenta al revisar inquietudes que nos planteamos por estos días:

- ¿Cómo es posible que el alcalde de Cali tras los acontecimientos de abril y mayo vuelva a propiciar la entrada de una minga que ayudó a producir la destrucción material de la ciudad y la profanación de símbolos ligados a la identidad local, dejando heridas profundas que subsisten en el alma colectiva?

- ¿Por qué no se entiende que este no es momento para la visita anunciada; que la minga del paro anterior dejó demasiado dolor; que no hay confianza en la palabra del Cric; que para visibilizar los reclamos el sitio no es Cali sino Bogotá?

- ¿Si esta ciudad es víctima reciente no resulta obvio que antes de permitir el retorno de quienes le hicieron daño se les exijan gestos de reparación y compromiso público, formal, de no repetición tal como lo prevé el acuerdo de paz?

A pesar de ser inquietante la llegada de la minga se materializará, porque esa acción sirve a la agenda de un alcalde que antepone su conveniencia personal al bienestar de la ciudadanía. De no presentarse desmanes hablará del espíritu democrático y garantista de su gobierno. Pero si se desata la violencia acusará a los reaccionarios que según él habitan en los barrios de estratos altos. En este caso incluso se le podría ocurrir llamar a Petro con el fin de que negocie y ‘salve’ a Cali.

Alcalde: no se equivoque. Una proporción mayoritaria de caleños considera desafío inaceptable la visita de la minga en las actuales circunstancias. Y usted será el único responsable de lo que pase. No se arrima gasolina a un fogón que todavía arde… salvo si se quiere provocar un incendio.
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