La genialidad de Thomas Jolly, director artístico de los olímpicos de París, superó las más fantasiosas expectativas de quienes no creíamos posible una inauguración superior a la de Beijing 2008. “La sacó del estadio” al decidir aprovechar la Ciudad de la Luz y mostrar por qué ha sido faro indiscutible del conocimiento, la creatividad, la filosofía, las artes, el gran urbanismo, la libertad, la igualdad, la tolerancia… y claro, el amor.
Con eje en el Sena por donde desfilaron en los ‘bateaux mouche’ y todo lo que flotara, las jubilosas delegaciones de 206 países, salpicaron al mundo entero con una baño de ‘fraternité’. Se logró integrar la ciudad al show mostrando los hitos históricos y culturales de Francia que alternaban en inigualables escenarios.
Con una creatividad apabullante mezcló bellísimas canciones, baile, teatro, escultura, mecatrónica, luces, usando talentos geniales, famosos y desconocidos que sin duda han sido inspiración para todos los atletas quienes ha logrado demostrar que la humanidad sí puede jugar, sí puede cooperar, sí puede respetar unas reglas y competir con honestidad probando que el trabajo duro y disciplinado lleva a unos niveles de perfección sorprendentes.
Todos merecen oro. Parece absurdo que solo uno reciba el máximo reconocimiento y la gloria porque llegó 5 milésimas de segundo antes. Todos, en todas las disciplinas, son extraordinarios y merecen el reconocimiento solo por estar allí, aunque haya que aceptar que la competencia es la que hace el juego.
Así como se celebró la diversidad, hubo quienes no apreciaron la concepción artística. Y está bien opinar, pero declararse ofendido por una interpretación de la ‘festivité’ de un cuadro de Bellini, ‘el festín de los dioses’ en el que un Dionisio azul canta semi empeloto, solo sirve para redefinir la ridiculez.
Una ‘olímpica’ ignorancia permitió que lo confundieran con la última cena y desconocieran que no hay arte sin libertad. Cualquiera de sus expresiones debe poder tocar cualquier tema, incluyendo la religión. Y al que no le guste que lo exprese, pero declarar agravio al punto de llevar al Comité Olímpico a pedir excusas y amenazar de muerte al director y los artistas, muestra que por toda la creatividad, esfuerzo y decencia que la humanidad muestra en unos olímpicos, habrá siempre una cuota de tontería y fanatismo.