No hay duda de que Gustavo Petro y sus aliados perdieron estruendosamente las pasadas elecciones territoriales. Sin embargo, contra toda evidencia, el mandatario salió a proclamarse vencedor. Solo el autismo que es incapacidad de reconocer las realidades, o el autoritarismo entendido como la determinación de imponer a cualquier precio la propia voluntad, pueden explicar la conducta del mandatario. El asunto es grave porque anuncia lo que será su comportamiento si el veredicto de las presidenciales no le favorece. La democracia colombiana podría desaparecer.
Ahora bien, como ya es conocido el gobierno avanza hacia una nueva fase en la cual contará con Fiscal General de bolsillo y podrá incidir sobre la escogencia de Procurador y Contralor de la República. Esto sin considerar la conformación de una mayoría favorable a su ideología y sus propuestas dentro de la Corte Constitucional. En resumen: liberado de contrapesos, el presidente Petro tendrá abierto el camino para construir la anhelada autocracia estatizante y radical, a la medida de sus particulares ideas y prejuicios.
Si se añade a lo anterior la práctica de esquilmar al sector productivo y el propósito de romper la regla fiscal para financiar subsidios a capricho, tenemos un resultado aterrador: un régimen eterno de partido, reelección indefinida, despotismo. Por un tiempo habrá pan a debe y cuando este acabe, comeremos excrementos, estiércol. Tal y como pasa en la Venezuela concebida por Chávez.; tal y como lo ha vivido Argentina durante los períodos del kirchnerismo.
El dique que podría salvar nuestra democracia de la avalancha demagógica y populista está conformado por la ciudadanía actuante, el poder judicial y el Congreso de la República. Por eso duele ver miembros de esta corporación, quienes indiferentes ante los riesgos que registra Colombia, caen seducidos por la mermelada; rendidos ante unos ministros mercaderes de conciencias quienes revolotean entre las curules canjeando votos por contratos y puestos.
Frente a las sombras que emanan del gobierno central la esperanza proviene de los mandatarios democráticos recién elegidos. Estos tienen el deber de ejecutar administraciones ejemplares que brillen por su transparencia y eficacia, haciendo claro que se puede gobernar con sensatez, dar soluciones sociales surgidas del diálogo.
En buena hora eso es lo que se avizora para Cali y el Valle. La gobernadora electa retorna con su conocimiento y experiencia. El haber permanecido distante de las redes de Petro tiene que encomiarse y contrasta con el entreguismo de algunos de sus copartidarios vinculados al Partido de la U. Dilian tiene la oportunidad de dejar impronta con una administración que ha de ser presidida por la eficiencia y la transparencia. Alejandro Eder, a su turno, comenzó a trabajar por el terruño. El viaje que hizo al viejo continente aporta buenas noticias con respecto al tren de cercanías, el empleo y el bilingüismo.
Pero lo más importante es la determinación manifestada por los dos gobernantes en el sentido de unir voluntades y recursos con el fin de sacar adelante proyectos anhelados como la línea férrea aludida. Un propósito de trabajo convergente que ojalá se extienda a la creación del Área Metropolitana, figura necesaria para controlar el crecimiento anárquico, que amenaza a Cali y sus municipios vecinos.