Los prudentes asumen que Petro tiene que estar borracho o drogado para escribir o expresar sus disparates con tanto desparpajo. Pero él se aplica a probar que ese es su estado natural. La carta de amor a Trump, las declaraciones que siguieron y su show de desgobierno en vivo son joyas para los estudiosos de la enfermedad mental.

Expone su alma violenta con lo único que lo emocionó de Washington: las barricadas de los barrios negros, reminiscentes de los ‘estallidos’ que organizó y lo hacen delirar con la recuperación de Panamá.

Exuda narcisismo. Él es único, el último Aureliano, el legatario de la espada de Bolívar, dispuesto a morir envuelto en su bandera de dignidad.

Involucra al país en su megalomanía: como Colombia es el centro del mundo, él preside el planeta y esta es la cuna del arte y la libertad.

Él sabe que ‘su pueblo’ y la humanidad lo respaldan y quienes no, son esclavistas y fachos. Por eso invita a Trump a sumarse a la ‘histórica’ tarea de tumbar o matar a tan gloriosa víctima.

Revela su racismo al restregarle al hombre naranja la superioridad del mestizaje, que diluye los determinantes genéticos de enfermedad. Confunde raza con cultura ignorando las ventajas de la anglosajona. No entiende el valor del esfuerzo individual, el trabajo duro, el estímulo a la iniciativa y la innovación con protección de la propiedad intelectual y física, el rechazo institucional a todas las formas de violencia que ha producido un entramado de prosperidad envidiado por el mundo y que tantos quieren disfrutar. Ese es precisamente el origen de la crisis de los migrantes.

Refuerza su sesgo ideológico al declararse seguidor de Noam Chomsky, padre intelectual de la idiotez latinoamericana, y reafirma su cantaleta del fin de la humanidad.

Le sobró recalcar sus dos rasgos más conocidos. Su afición por el whisky y su terquedad sublime.

Se declara dueño de flamantes tonterías. ¡Sin explicar desde cuando estaba cerrada, declara que Colombia se abrirá al mundo al que le venderemos… maíz! ¿Será el mismo maíz que importamos de Estados Unidos? ¿Venderemos todas las seis millones de toneladas que les compramos? No producimos ni el 20 % de nuestro consumo.

En medio del adornado sancocho, una sola verdad: “Nuestros pueblos son ingenuos y amables”. Por eso se engañan con facilidad usando una verborrea confusa y votan equivocadamente.