El Domingo de Resurrección, para los que somos católicos, fue, como siempre lo debe ser el domingo de cierre de la Semana Santa, muy importante y trascendente. En la homilía, el padre de la iglesia de Santa Mónica —donde fui a misa— nos dejó una sola frase como reflexión para nuestro actuar después de esta Cuaresma, y es la de seguir el ejemplo de Jesús y “hacer el bien”.
Parece una obviedad, para un cristiano, pero realmente no es tan sencillo como se presenta. Me atrevo a suponer que no encontrará este escrito lector alguno que, a conciencia, quiera hacerle mal a otro; sin embargo, puede suceder que, sin proponérselo, termine haciendo sufrir a otro o, en el peor de los casos, incluso, dañando a otro.
El borrachito que salió alegrón de una reunión no se montó a su carro con el objetivo de causar un accidente, pero lo pudo haber generado. La que se cuela en el sistema de transporte masivo está pensando en ahorrarse unos pesos, que los demás pasajeros terminan pagando por ella.
El que llega tarde a casa por estar enredado en una reunión, termina dedicando más tiempo a algo muy importante como lo es su trabajo, pero sacrificando —por el otro lado— el tiempo de familia. La que se pasa chateando mientras está sentada a la mesa con sus amigos no parece darse cuenta de que por estar conectada se aisló de ellos.
Hacer el bien puede ser más sencillo de lo que parece: no botar la basura en la calle; no hacerles ruido extremo a sus vecinos permanentemente; pagar los impuestos al municipio y al país; hacer la fila; respetar las normas de tránsito; ser un buen ciudadano que intenta convivir con los demás; y así, tantas otras acciones.
Seguro que el padre de la iglesia de Santa Mónica nos invitaba a hacer el bien a los semejantes, o al prójimo, que, al fin al cabo, es el que está más próximo, más cerca. Es decir, la familia y los amigos.
Espero que no suene atrevido y mucho menos a una prédica, pero sin desconocer lo importante que es hacer el bien a los que más queremos, tal vez podamos tratar de hacer el bien a los demás, procurando ser mejores ciudadanos.
Aunque hoy se siente en Cali un nuevo aire y un poco más de tranquilidad, no podemos negar que en la ciudad se sigue percibiendo una tensión social, y en algunos casos existe rabia entre unos y otros. “A Cali la tenemos que reconciliar”, nos dice el alcalde, pero creo que cada uno de nosotros tiene una parte de la responsabilidad para aportar al logro de una mejor convivencia.
El reto es grande; podemos empezar por interiorizar que debemos propender a hacer el bien. E iría más allá: debemos entender que toda acción tiene una reacción, y que con nuestro comportamiento podemos creer que estamos generando bienestar, así sea el propio, pero en el fondo no lo estemos haciendo y más bien lo que estemos causando sea el efecto contrario.
Lograr un mejor lugar para que todos podamos vivir pasa por entender que debemos cambiar ciertos comportamientos, que, seguro, cada uno de nosotros sabrá, más que nadie, cuáles son.
Nos toca ayudar. El gobierno podría mejorar la seguridad y la movilidad, pero mejorar la convivencia pasa por nuestras manos.
“Ayúdate, que yo te ayudaré”, creo yo, nos podría decir el curita en algún otro sermón.