“Mi hijo era un niño bueno, estudioso, deportista y entraba el lunes a estudiar tercer semestre de Economía y Negocios Internacionales en la Universidad Icesi. Tenía toda su vida por delante, porque apenas acababa de cumplir 18 años, en mayo pasado”.
Las palabras de Jhon Canaval llegan al alma. Su hijo, Joel Canaval Castañeda, fue víctima de una bala perdida, el viernes 26 de julio, alrededor de las 6:45 p.m., en la Calle 16 con Carrera 87 del barrio El Ingenio, al sur de Cali. Ese final de la tarde, habían salido del entreno de su hijo menor y luego de dejar al profesor de fútbol en su casa, Jhon recuerda haber escuchado disparos y luego ver en el asiento trasero a su hijo de 16 años con sangre, debido al impacto de una bala en su mano izquierda; al volver su vista adelante vio a su hijo mayor, que iba conduciendo el vehículo, con los ojos cerrados y con un impacto en su cabeza.
El relato de Jhon, en entrevista concedida a Anderson Zapata en este diario, es estremecedor. ”Hubiese podido perder a mis dos hijos en el mismo día. Eso no es justo” … “La idea era que mis hijos me enterraran a mí y no yo tenerlo que enterrar a él y que su hermano quedara solo. No puede seguir pasando que alguien con un arma dispare a la loca, y acabe así con la vida de una familia”.
Hoy buscan pistas para esclarecer lo ocurrido, en lo que sería un aparente intento de hurto en el lugar, de los tantos que ocurren a diario en las calles caleñas. La comunidad de la Icesi, del barrio San Antonio, del club de Badminton, al que pertenecía Joel, lamentaron su muerte. Las fotos que lo recuerdan como el deportista, el estudiante, el amigo, el hijo, son un testimonio de los pasos andados en su corta vida. Mientras tanto, en la comunidad universitaria de la ciudad hay un sentimiento de solidaridad, de zozobra, y la pregunta que ronda es, ¿cómo puede ocurrir algo así?
Justo un día después, una adolescente de 16 años, Nikol Montaño Herrera, estudiante de décimo grado, murió tras ser víctima de otra bala perdida, en el oriente de la ciudad. Era de noche, en el barrio Antonio Nariño, cuando la joven iba a encontrarse con su familia, pero una balacera se registró en el camino y acabó con la vida de la joven, que fue atendida en el Hospital Carlos Carmona y en la Clínica Valle del Lili. “Nikol era una niña que siempre pensaba en salir adelante. Me decía ‘má’, no te preocupes que voy a luchar por ti’. Siempre fue una niña buena, tenía sus sueños”, relata Liliana, su madre.
Nikol soñaba con estudiar Sicología o Derecho, recibía clases de inglés y trabajaba como manicurista en su tiempo libre. Luchó por su vida dos días, pero el disparo que le propinaron en la cabeza, por encima del ojo derecho, le causó muerte cerebral. Su último adiós fue el 30 de julio, en el Cementerio San José de Siloé, y en el barrio Antonio Nariño hubo un plantón para rechazar su muerte, una más que se presenta en medio de riñas.
En Colombia, el 33 % de las víctimas de balas perdidas que se registran al año son menores. La mayoría de estos hechos quedan en la impunidad. En Cali, durante el primer semestre del 2024 hubo 424 homicidios, 80 menos que en 2023, y aunque las autoridades no reportan cuántas personas perdieron la vida en hechos que no les involucraban, las historias aparecen en los diarios, acompañadas de voces que claman justicia.
Perder a un hijo, a una hija, en las calles de Cali, siempre será una tragedia que duele y que nos recuerda cuán frágil puede ser la vida, y que hay tanto pero tanto por hacer para evitar que más madres y padres tengan que enterrar a quienes trajeron al mundo.
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