Que se divida la ciudad en localidades puede ser una buena idea, de hecho en esta columna se han propuesto centralidades peatonales alrededor de los principales pasos sobre, o bajo, el corredor férreo que cruza la ciudad de norte a sur.
Al norte, la Calle 70. Al Centro, la Carrera 8ª, la Carrera 1º, la Carrera 15. Y al sur, la Diagonal 23, y la Carrera 39, y en donde deberían localizarse las principales estaciones del tren de cercanías, desde Jamundí a Yumbo, y a Palmira, extendiéndolo luego al sur y norte del valle del río Cauca y a Buenaventura, como lo ha propuesto el grupo de profesionales, adjunto a la SMP-C, y ya presentada al Concejo Municipal y acogida por el mismo para mandarla a Planeación.
Que las localidades se definan por su homogeneidad relativa desde el punto de vista geográfico, económico, social y cultural es lo correcto. Pero pensar, por lo contrario, que lo serán igualmente por su supuesta vocación turística, industrial, deportiva o de servicios es volver a las zonificación por usos del suelo del nefasto urbanismo moderno, práctica que ha sido infortunada para las ciudades que la han tratado de aplicar.
Como se ha visto en el caso de San Antonio, barrio al que absurdamente, y en contra de sus vecinos, se ha pretendido escoger para realizar un ‘piloto’ de ‘Cali 24 horas’ sin comprender que lo que esto significa en otras partes es algo bastante diferente, con educación de por medio.
Que las 22 comunas actuales sean reemplazadas por “cuatro o cinco localidades”, gobernadas por alcaldes menores -designados por el alcalde mayor-, con planes de desarrollo y económicos propios definidos por el Concejo, atendiendo a un estudio sociocultural, socioeconómico y demográfico, es sin duda mejor, ya que es cierto que hay una concentración de poder en el CAM. Pero que sea “un clamor de los líderes comunales” es de doble filo, pues si bien es cierto que el gobierno Municipal no llega de verdad a las comunas, es abrir nuevas puertas a la politiquería. Como advierte el Editorial de El País del 05/08/2018, son varias las luces y sombras que se le aparecen a Cali.
Y por supuesto primero habría que oficializar el área metropolitana de la ciudad para que todo lo propuesto pueda funcionar, y lo mismo revisar a fondo las implicaciones de aplicar el régimen político, fiscal y administrativo de los Distritos Especiales, y lo de las regalías, que aquí no viene al caso pues no somos productores de carbón, petróleo ni nada del subsuelo que se exporte. De lo contrario, será otro embeleco más, como lo es pretender que Cali se ponga al nivel de Miami, pues más que una utopía es una equivocación, y que lo que hay que ver en Barcelona, Madrid, o Ciudad de México, pero sobre todo en Andalucía, es una tradición que aquí por esnobs no la queremos ver.
Finalmente, lo que sí tiene de especial Cali son sus diversos climas y diferentes paisajes, los que son fundamentales al pensar en dividir la ciudad en localidades, pues definen formas de vida y comportamientos que se reflejan en tradiciones, y por tanto una calidad de vida que hay que medir con realidades culturales y no solo con datos socioeconómicos. Como dice Agustina Bessa-Luís en su breve ensayo O campo, memoria das artes, 2000, “Quien no haya tenido una relación profunda con el campo [leer aquí paisaje] permanece, en cierto modo, desprovisto de memoria. Tendrá que crearlo todo con la ayuda de la imaginación, y la imaginación es siempre más precaria y más frágil...”.
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