Con toda la pompa que solo los ingleses pueden montar, con un protocolo y una puesta en escena que ni Hollywood podría replicar, fueron coronados Carlos III Rey de Inglaterra, y Camila Parker, su otrora amante, la nueva Reina. La atención al mínimo detalle, la extensa regalía, los centenares de participantes activos en el ceremonial, los caballos, los coloridos uniformes, los sonidos, las decenas de miles de personas que atisbaron el paso de la carroza real desde el palacio de Buckingham hasta la Abadía de Westminste y de regreso y los millones de televidentes alrededor del planeta ‘pegados’ durante tres horas a los televisores, le imprimen un halo sobrenatural al evento, un realismo mágico, muy real, muy global y muy mágico. Mas de doscientos minutos en que ni Carlos ni Camila esbozaron sonrisa alguna, estoicos como ninguno, sobrecogidos quizás por el momento que muy pocos mortales pueden vivir.
“Cuando todo en el planeta se acabe, hasta las cucarachas, lo único que sobrevivirá será la monarquía británica”, dice el adagio acuñado por alguien alguna vez. Si se repasa la historia del milenio, siempre hubo monarquía en esas islas. De la casa de Sajonia, a los Tudor, los Estuardo, los Hanover, finalizando con los Coburgo-Gotha alemanes que ‘anglicanizaron’ su apellido a Windsor. Incluso Oliverio Cromwell, quien mató el rey Carlos I y proclamó la República, llamada Mancomunidad de Inglaterra -1649-1660-, tuvo más poder que los reyes, se dedicó a perseguir católicos y una vez muerto y restaurada la monarquía su cadáver fue desenterrado de la Abadía de Westminster y su cabeza colgada en la entrada durante 25 años. Quien se mete con la institución de la monarquía así termina, era el macabro mensaje. El trono lo ocuparía Carlos II.
Pasarían 363 años para que fuera coronado otro Carlos, en circunstancias menos trágicas y más ajustada a los tiempos actuales, aunque firmemente anclada en la tradición d quien asume el rol dual de cabeza de la Iglesia Anglicana y Jefe de Estado del Reino Unido y varios países de la Commonwealth.
Para aquellos que aborrecen la monarquía, que la perciben como anacrónica, reliquia de un pasado imperial, racista, machista, como aquellos que salieron a protestar durante la ceremonia de coronación, el potente mensaje que envía el entrenamiento de Carlos III es el de una monarquía que, a pesar de estar conformada por seres humanos, que como todos, plenos en defectos, constituye el pilar de una sólida institucionalidad democrática y guardián de la libertad, la democracia y la identidad.
La Corona británica sobrevivió al fin del imperio, algo no ocurrido en otras latitudes donde las monarquías sucumbieron. Desde la muerte de Isabel II, la octava mujer en ostentar el trono y la última de la gran trilogía; Isabel I, Victoria, Isabel II, resurge el debate sobre si está cerca el fin de la monarquía. Acechan las fuerzas centrifugas en Escocia e Irlanda del Norte. En aquellos países de la mancomunidad británica en los que el monarca británico es jefe de Estado como Canadá, Australia y Nueva Zelanda, se cuestiona en algunos círculos la figura, mientras que islas del Caribe podrían seguí el camino de Barbados que en plena pandemia transitó de la monarquía a la Republica.
El proceso para acabar con la monarquía es suicidio asistido, pues aunque una simple ley del parlamento podría darle el golpe de gracia, esta requiere de la sanción real. En mil años hablamos.