Por monseñor Rubén Darío Jaramillo Montoya, obispo de Buenaventura.
Buenaventura ha sido considerada históricamente como una de las ciudades más violentas del mundo y de Colombia. Pero ese deshonroso puesto ya está pasando a la historia. Hemos salido del ranking mundial de las ciudades violentas, ya no estamos entre las primeras 50.
Iniciamos un proceso de acercamiento con los jefes de las bandas Shottas y Espartanos desde el mes de septiembre de 2022. Ha sido un proceso difícil pero constante a lo largo de estos meses, sin prisa, pero sin pausa. Aún con el asesinato de uno de los mayores negociadores llamado ‘Super Boy’, quien en el 2023 fue víctima de esta violencia.
Campeonatos de fútbol por la paz, proyectos de formación, gestores de paz, jóvenes en paz, ayuda alimentaria, construcción de algunos espacios deportivos, reuniones, mesas, oraciones interreligiosas, diálogos directos y muchas acciones más han sido la clave para generar confianza en que es posible la paz. Es notable la disminución de muertes violentas en el puerto. En el mes de enero de este 2024, solo hubo dos asesinatos y uno fue por intolerancia.
Esperamos una segunda etapa de este proceso. Desde la oficina de paz del Gobierno Nacional, se debe orientar el trabajo hacia una segunda etapa mucho más institucional, todo el Estado en sus tres niveles (Nacional, Departamental y Distrital) debe atender los reclamos de las comunidades más pobres, porque es precisamente en esos lugares donde la delincuencia encuentra su mejor espacio para operar. Llegar allá con intervenciones concretas es lo que va a permitir que este proceso se fortalezca y avance hacia una verdadera transformación del territorio para atender las causas de un problema que necesita ser resuelto por la vía del diálogo y el desarrollo humano integral y no con las armas.
La comunidad internacional, los empresarios, la comunidad civil organizada, la academia y las Iglesias debemos acompañar, facilitar, promover y ayudar a hacer de Buenaventura una verdadera potencia de la vida y la paz.