El desamor ya casi no es más motivo de introspección. Las grandes estrellas, los influenciadores, aquellos que copan la verticalidad y horizontalidad de nuestras pantallas lo han convertido en una catarsis pública, que debe generar algún tipo de dividendo, que arroja ganancia. Se factura y se sana, se gana relevancia y el clavo sale. Daysuris llevó esto a otro nivel. La Day se fue sin miedo al éxito, apoteósica, enfurecida y decidida a que rodaran las cabezas que tuvieran que rodar para completar su círculo de venganza. Incluso la de ella, la de sus familiares. Es que el amor duele, el amor mata. Pero, sobre todo, el amor acaba.
Señalada de interesada, de arribista, de ficticia, de muchas cosas; pero su decisión superó cualquier tipo de beneficio económico y/o personal. He oído personas decir que tan boba, que debió amenazar, quedarse con algo y negociar, que no fuera tontica, mija. Pero no, ella asumió que esa afrenta era un escupitajo a la dignidad. Y acá nos matamos todos, acá no se salva nadie. Matar o morir, matar y morir.
Seguramente no tendrá un castigo como el que puede llegarle a Nicolás, su anterior bebito fiu fiu, pero ya es mucho decir que sonría mientras nos enteramos que sus chats y audios admiten compras, repartijas, vacaciones y hasta entrega de dinero para que en Punta Cana le adornaran la frente. Y nos obnubila todo eso, nos hace reunirnos en familia y tomar partido para consumir cualquier plano en el que ella parpadee, buscando un momento para que se crucen las miradas y se lancen a colmillo limpio a la yugular. Circo para el país, que si bien debe conocer la verdad sobre las formas en que se financian algunas campañas políticas, también merece obras, decisiones, ejecución de presupuesto y oportunidades para que el cambio sea un cambio y no solo una tribuna de odios y crisis. ¿Acaso en el Chocó -donde tampoco deben estar perdiéndose el minuto a minuto de esta tragicomedia- recibirán atención prioritaria e inmediata a su crisis humanitaria si Nico presenta pruebas contundentes o no?
Ahora, el verdadero peligro que corre la otrora amorosa pareja es que le están quitando el protagonismo a los millones y millonas que aspiran a llegar a las alcaldías, gobernaciones, concejos, asambleas y edilatos. Los reflectores no están apuntando sumisamente a los saltos al vacío, los bailes, los retos, los juegos casuales, las personificaciones (solo superadas por las de sábados felices) y cada grandiosa idea para llamar la atención. Y eso no es así. No, no, no. Para armar trifulca y sembrar cizaña, los que saben son otros. Cuidadito.
Se asume que cada quien puede ser lo que quiere ser. Sí, como la sexagenaria muñeca que por estos días llena las salas de cine. Candidato técnico, candidato deportista, candidato influencer (que al final termina siendo la meta de todos), candidato bailarín, candidato bravito, candidato chistosito, candidato gerente (sin haberlo sido), candidato independiente (pero también avalado) y candidato que se unta de pueblo. Candidatos y candidatas. Candidates.
Pululan. Saludan, sonríen; en sus mentes y ojos hay destellos de un mundo ideal que nadie más ha visto y que solo ellos saben cómo hacerlo realidad. Estereotípicos, aferrados a sus convicciones. Una vez ganen, lo mundano vendrá a su realidad y serán como nosotros, aunque un poco más ricos y acomodados. Sí: como la muñeca que descubre que la celulitis existe o la muerte puede llegar. Pero en su mansión.