Han pasado 75 años desde que Alemania adoptó su ‘Ley Fundamental’, Constitución que marcó un hito en la historia del país tras los horrores del nazismo. Ningún Estado descendió más y causó más dolor y muerte en la primera mitad del Siglo XX. A su vez, Alemania pagó un altísimo precio en vidas humanas y en destrucción de su aparato económico.

Fue un momento crucial, un punto de inflexión en el que los alemanes decidieron dejar atrás el racismo y la intolerancia que habían envenenado su sociedad, y decidieron abrazar los valores democráticos. De hecho, en 1949 Alemania estaba dividida entre la parte occidental, democrática y europeizante, y la parte oriental ocupada por las tropas soviéticas como un impactante botín de guerra.

La democracia se incubó, como es sabido en la Alemania Federal. La lucha Alemana por la reunificación del país continuó sin desmayos hasta principios de los años 90, cuando el derrumbe del estalinismo soviético arrastró consigo el ignominioso muro de Berlín.

Pero, ¿de dónde venía ese racismo que llevó a Alemania por el camino de la locura? Uno de sus principales ideólogos fue el conde de Gobineau, un francés que en el Siglo XIX escribió un ‘Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas’. En él, Gobineau argumentaba la superioridad de la raza aria. Hoy nadie serio sostiene estas estrambóticas teorías. Los nazis, sin embargo, llevaron ese racismo a su máxima expresión. Y, finalmente, pusieron en marcha la terrible campaña de exterminio que llevó al asesinato de seis millones de judíos.

Pero Alemania aprendió de sus errores. Después de la guerra, se implementaron medidas para erradicar el racismo y promover la democracia. La Ley Fundamental de 1949 fue el primer paso, seguido de programas de educación en diversidad. Hoy, el país cuenta con un Plan Nacional de Acción contra el Racismo y diversas organizaciones que luchan contra el extremismo de derecha y el antisemitismo.

Sin embargo, el racismo sigue siendo una amenaza. En todo el mundo, vemos el resurgimiento de movimientos supremacistas y xenófobos que se alimentan del odio y la ignorancia. Por eso, el ejemplo de Alemania es más destacable que cualquiera otro. Nos recuerda que, incluso después de tocar fondo, es posible reconstruir una sociedad sobre los cimientos de la tolerancia y el respeto. Alemania se hundió, pagó un gran precio, reconstruyó su economía, reunificó el país y es hoy una de las grandes potencias del mundo.

Ojalá más países siguieran ese camino. Ojalá entendieran que la diversidad no es una debilidad, sino una fortaleza. Que las diferencias no nos dividen, sino que nos enriquecen. Y que, al final, todos compartimos una misma humanidad, sin importar el color de nuestra piel o nuestro origen étnico.

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PD: El humorista Daniel Samper Ospina creó un espectáculo exitoso llamado ‘Circombia’. Nuestra realidad se encarga de alimentarle los temas y suministrarle suficientes insumos. En la semana que pasó, el congresista Camilo Ávila regresó del baño y votó afirmativamente algo que no conocía. Otro parlamentario, en plena sesión, decidió brindarle un homenaje cantado a un compositor vallenato recientemente fallecido. El honorable Carlos Meisel nos recordó a todos ‘Los caminos de la vida’. Puede que el camino de Meisel esté ligado a un acordeón…