Cali vivió una apuesta ambiciosa y transformadora que mostró el poder de la cultura como un motor de cambio. En esta edición de la COP, la cultura fue más que un complemento, siendo el núcleo palpitante del evento y el lenguaje común que conectó a entidades gubernamentales, colectivos sociales, comunidades y ciudadanía alrededor de un propósito compartido.
Vale la pena destacar la programación cultural, tal como la liderada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes que, con un enfoque en lo biocultural, logró unificar esfuerzos y voces de diferentes regiones del país, generando un diálogo honesto sobre el rol de las culturas en la protección de la biodiversidad y el respeto por el entorno natural. Esta iniciativa colectiva permitió visibilizar prácticas y saberes ancestrales que, durante siglos, las comunidades han empleado para proteger sus territorios y convivir en armonía con la naturaleza.
La agenda, de 12 días y 12 horas de programación diaria, desplegó más de 350 eventos culturales abiertos a todo el público, entre los cuales se destacaron 121 actividades académicas, 20 talleres, 13 exposiciones artísticas, 190 eventos escénicos y 39 proyecciones audiovisuales con un enfoque ambiental. Se benefició a más de 5000 agentes del sector cultural, y las actividades se llevaron a cabo en más de 25 espacios de la ciudad, incluidos un estadio, auditorios, bibliotecas, parques y universidades.
Entre los datos sobresalientes, destacan no solo el más de un millón de visitantes a la Zona Verde, los 6710 almuerzos distribuidos en ollas comunitarias y un promedio de 12.000 visitantes diarios en los stands de emprendimientos de economías populares. También se celebró un megaconcierto en el estadio Pascual Guerrero que reunió a 24.986 personas, y la Biblioteca Departamental acogió a más de 20.000 asistentes, consolidándose como un espacio fundamental para el encuentro cultural.
Además, unas 14.000 personas participaron en las actividades del Paisaje Cultural Vichero, donde maestros vicheros del Pacífico compartieron su patrimonio biocultural y saberes ancestrales. Cada evento fue un recordatorio del valor de la diversidad biocultural, promoviendo una visión de progreso que reconecta a las personas con sus raíces, en reciprocidad con el entorno.
La COP16 no solo trajo a Cali una agenda cultural esencial, sino que ayudó a recuperar el orgullo de la ciudad como modelo de desarrollo urbano y solidaridad, cualidades características de su historia. Esta cumbre actuó como un catalizador para sanar las heridas dejadas tras el estallido social, permitiendo a los caleños reencontrarse y reconocer en su ciudad la riqueza de su diversidad y tradiciones.
Esta agenda cultural logró demostrar que la paz con la naturaleza -y entre las personas- es posible y necesaria, y que la cultura es el vehículo ideal para alcanzarla. Esta paz no solo implica un reencuentro con el entorno, sino también una sanación interna que nos permite vernos como una comunidad equilibrada. Así, la COP16 deja un legado duradero en el que cada participante se convierte en guardián de la Tierra y su comunidad, comprometido a seguir tejiendo lazos de respeto y cuidado tanto hacia el planeta como entre nosotros mismos.