El mundo en general viene sufriendo importantes cambios en su pirámide demográfica: las nuevas generaciones no quieren tener hijos, lo que implica que tengamos menos niños naciendo y una población que envejece y que cada vez más aumenta su esperanza de vida.
En un reciente estudio, el Banco de la República pone en evidencia un panorama en el que, según el Dane, para lo corrido del 2024 la tasa natalidad en Colombia se habría reducido en un 14,6 %, mucho mayor a lo presentado en el 2023 cuando el índice de nacimientos cayó un 11 % en comparación con 2022. Lo anterior, unido a la importante emigración de colombianos, implica que nuestra población habría empezado a decrecer desde 2022, algo que se proyectaba, pero no con esta premura. Lo más grave es que esta caída comenzó 30 años antes de lo previsto.
Este fenómeno contrasta con una población que cada día aumenta su esperanza de vida; es decir, que viviremos más años y lo haremos seguramente con mejor calidad y en mejores condiciones. Los avances de la ciencia y la medicina han permitido que los humanos lleguemos a edades más adultas, con mejor perspectiva de vida.
Según informes del Banco Mundial y las Naciones Unidas, se estima que para el 2050 tengamos en el mundo alrededor de 1,6 billones de personas mayores de 65 años, más del doble de las que teníamos en 2021. Igualmente, se espera que para la mitad de este siglo tengamos cerca de 460 millones de personas mayores de 80 años, frente a los 155 millones que se tenían en el 2021. En Colombia el panorama es similar y se espera que la población mayor de 60 años iguale a la menor de 15 años entre el 2030 y 2040, mientras que para el mundo se estima que esto pase alrededor del 2050.
Este contexto demográfico con una baja natalidad y aumento en la expectativa de vida de las personas nos plantea importantes retos y oportunidades tanto para el sector empresarial como para las políticas públicas.
Las oportunidades son muchas. Hace poco leí el libro Stage (Not Age) escrito por Susan Wilner Golden, en el cual se plantea toda una perspectiva de cómo las empresas deben adaptarse a una población que vive más tiempo y podrá trabajar más años. En resumen, la escritora plantea que debemos enfocarnos no en la edad cronológica de las personas, sino en su etapa de vida; esto permitirá ser mucho más asertivos en el diseño de productos y servicios, para capitalizar todo el potencial de una población que envejece, pero que sigue siendo supremamente activa, vibrante y con recursos.
Por otro lado, este panorama exige una reconfiguración de las políticas públicas, especialmente en el ámbito de salud, seguridad social, educación y desarrollo urbano. El país necesita repensar su sistema de seguridad social, de salud y sus modelos de desarrollo urbano para asegurar y anticiparnos a esta transición demográfica y mitigar sus impactos.
El sistema de salud, el sistema pensional, la infraestructura urbana y los recursos deberán adaptarse a la nueva tendencia socio demográfica. La educación también tendrá que transformarse, no solo en términos de contenido, sino también en la manera en que se concibe el aprendizaje a lo largo de la vida. Todo esto será clave para asegurar que podamos vivir de manera independiente y digna.
En conclusión, las nuevas condiciones demográficas presentan retos significativos, pero también oportunidades. El tiempo apremia y es fundamental que actuemos frente a esta nueva realidad, tanto desde el empresariado como desde lo público. Lo que estamos presenciando es un cambio profundo en la estructura misma de nuestra sociedad. Las decisiones que tomemos hoy definirán el futuro para las próximas generaciones.
@Juanes_angel