Si algún temor tenían los presidentes de Estados Unidos en la comodidad de su poder, este siempre estuvo representado por Jimmy Hoffa, el sindicalista que agremiaba a los camioneros y podía detener el país a placer, por tiempo indefinido.
Pensaba en Hoffa hoy cuando el gremio del transporte pesado ha empezado a paralizar el país en desarrollo de una huelga indefinida que los colombianos no saben todavía qué final tendrá.
Hoffa nació el 14 de febrero de 1913 y falleció en 1982. Su vida inspiró una película. Durante 25 años presidió La Hermandad Internacional de Camioneros y entre 1957 y 1971 fue cabeza de la misma. Estados Unidos lo recuerda bien porque en 1964 obtuvo el primer acuerdo nacional de tarifas para camioneros, a través de lo que se llamó el National Master Freight Agreement. Logró tener el mayor sindicato de los Estados Unidos, por número de afiliados, y su voz era escuchada por cerca de 2,3 millones de trabajadores, una fuerza que los mandatarios de Estados Unidos temían de verdad, pues la contrariedad de este gremio podía paralizar el país de un día a otro.
Escritor y activista, fue uno de los estadounidenses más poderosos, visto también como archienemigo de los Kennedy. En 1964 fue condenado por manipulación de jurado, intento de soborno y fraude, en juicios muy sonoros. En 1967 fue encarcelado por 13 años. A través de un indulto que le concedió el presidente Nixon, volvió a la libertad y quiso ser otra vez protagonista, como en los viejos tiempos.
Su final también pertenece a la leyenda, porque desapareció a fines de julio de 1975, pero fue declarado oficialmente muerto en 1982. Hasta hoy, muchos especulan acerca de su paradero. Se cree que terminó asesinado, pero su cuerpo nunca apareció. El FBI removió cielo y tierra; Hoffa continúa hoy en el misterio, lo que alimenta poderosamente el mito popular.
No obstante su poder y la receptividad que encontró en este gremio fundamental de la economía, Hoffa nunca manejó un camión, un trabajo al que aspiran muchos inmigrantes, por ser uno de los mejor pagados de la Unión junto a la enfermería calificada en los hospitales geriátricos. Son muchos los filmes y las canciones que romantizan la vida del camionero, una de las más duras que pueden encontrarse en el mundo.
En 1992, recibí el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Cartagena, y ahí incluí este poema dedicado a quienes viven en las carreteras: “Cargan hamacas en el patio trasero de su errancia y se bañan desnudos en las caídas de agua de los caminos/ usan jabón, peineta y espejos resguardados por la virgen… mientras almuerzan el galo convite de las fondas/ sus pequeños hijos hacen clavados en los arroyos. Niños con paquetitos de olor continuarán llamándolos a lo largo de la vía, tras un platanal de Armenia, junto a un fogón que arde cerca a Girardot. Más tarde/ en las pendientes de oscuras carreteras/ harán clarinar poderosas cornetas/ alegre artillería para dar fe de la vida a los abismos…”.
Cuando se avanza por las carreteras de Indiana, el viajero ve de pronto el aviso verde arriba, confundido con la estela de un águila que cruza el atardecer con un pez plateado en el pico. Abajo, el lago silencia su última onda. “Brazil”, dice la señal de carretera. Ahí nació James Riddle Hoffa, pero creció en Detroit, la ciudad que atraía a miles de estadounidenses con una promesa de trabajo. Era la meca de la fabricación automotriz. Hoffa cargó cajas de frutas en el mercado de Detroit y recordaba su niñez como ese tiempo en que “un pedazo de pan untado con manteca de cerdo, era todo un lujo…”.
Cuando se desató la Segunda Guerra Mundial, dijo que “un potencial soldado de 1,65 de estatura, era más útil al gremio de camioneros”. Los afroamericanos nunca olvidaron que entregó un cheque de 25 mil dólares a Martin Luther King Jr., para ayudar en la lucha por los Derechos Civiles.